Desde Mi Hogar

Aprendiendo a confiar

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Creo que todas las que somos abuelas sentimos una emoción muy grande cuando vemos a nuestros nietos, especialmente a aquellos que viven lejos de nosotras. De mis cinco nietos tengo tres que viven en otros estados y sus visitas a nuestro hogar nos llenan de mucha alegría. De igual forma yo me siento muy emocionada cuando puedo ir a visitarlos porque tanto ellos como yo disfrutamos los momentos juntos.

Recientemente tuvimos la oportunidad de ir a visitar nuestros nietos que viven en la convulsionada y muy compleja ciudad de New York. Nos habíamos preparado con regalitos para entregárselos cuando nos encontráramos en el aeropuerto, de manera que tanto ellos como nosotros esperamos con mucha ansiedad nuestro encuentro. Al salir del aeropuerto mi esposo colocó todo el equipaje en uno de los carritos que se usan para tal efecto y viendo que mi cartera estaba un poco pesada, cosa común entre nosotras las mujeres, tomó la cartera de mi hombro y la colocó junto a las maletas. De pronto divisamos el auto de mi hijo en el cual venía mi nuera y los niños para recogernos. Al momento de estacionar para recogernos, los niños abrieron la puerta del auto y de inmediato escuchamos las melodiosas vocecitas que gritaban levantando sus brazos: “¡Abuela, Abuelo!

Espero que las abuelitas que están leyendo este artículo se identifiquen conmigo cuando digo que el corazón nos latía intensamente y la alegría de ver los nietos tan grandes y hermosos superaba cualquier otra atención que pudiera ser importante en ese momento. Mi esposo de inmediato comenzó a colocar el equipaje en la parte trasera del auto mientras yo besaba y abrazaba los niños entregándoles el regalito y conversando con ellos. Todo nuestro mundo se centró en esas dos criaturitas hermosas y no queríamos distraernos en nada más que no fuera en ellos. Pero esa distracción nos resultó en una pesadilla. Sin darnos cuenta subimos al auto, partimos hacia la casa de mi hijo olvidando mi cartera en el carrito del equipaje.

Por el camino la conversación con los niños y mi nuera fue excelente. Hablábamos de una y otro tema sin parar y no dejábamos de admirar lo grande y saludables que se veían nuestros nietos. Todo el viaje del aeropuerto a la casa fue una delicia hasta que al llegar nos dimos cuenta que la cartera no estaba con el equipaje. Muchas cosas pasaron por mi mente, pero nuestra nuera sugirió que de inmediato fuéramos de regreso al aeropuerto para ver si alguien había encontrado la cartera.

Si conocen New York, tal vez ya se pueden imaginar lo que significa buscar una cartera perdida en esa ciudad especialmente si ha sido dejada en un lugar público donde van y vienes muchas personas. Mientras preguntábamos a cada persona que nos encontrábamos la respuesta siempre era la misma: “No hemos visto nada”. Llegó un momento en que le dije a mi esposo y a mi nuera que ya no buscáramos más, porque esa cartera nunca aparecería. Ellos sin embargo seguían insistiendo que debíamos continuar la búsqueda. Finalmente una persona les dijo que había visto la cartera y a un policía del aeropuerto llevársela. Mientras eso sucedía ya me habían comunicado con la oficina de la policía y ellos me confirmaron que tenían mi cartera de manera que podía ir a recogerla.

Cuando tuve la cartera en mis manos pensé que mi grado de fe en realidad era muy poco. Tal parece que los seres humanos cuando nos encontramos en circunstancias donde todas las evidencias apuntan hacía algo que resulta imposible nos cuesta mucho ejercitar la fe y nuestra confianza se torna muy escasa. Ese día comprendí que Dios obra no en lo que vemos sino en lo que no vemos para que podemos una vez más evidenciar la grandeza de su poder.