“Pedís y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites”. (Santiago 4:3)
Un barco naufragó en una tormenta y sólo dos hombres pudieron nadar hasta una isla desierta. Los dos hombres no sabían qué hacer y decidieron que ambos debían orar a Dios. Decidieron que para saber cuál de los dos haría las oraciones más potentes iban a separase y así decidieron establecerse en lados opuestos de la isla.
Lo primero por lo que oraron fue por alimentos. A la mañana siguiente, el primer hombre vio un frondoso árbol de frutas en su territorio del cual pudo comer. El segundo hombre no recibió nada.
Varios días después el primer hombre se sintió solo y oró por una mujer que le acompañase. Al próximo día, otro barco naufragó y la única sobreviviente fue una mujer que llegó a su territorio y allí se estableció como su compañera.
Los dos hombres siguieron orando y el primero pidió en sus oraciones casa, ropa y más alimentos. Como arte de magia el primer hombre recibió todos sus deseos, mientras el segundo nada recibía.
Finalmente, el primer hombre oró por un barco de manera que él y su compañera pudieran dejar la isla. Al día siguiente, un barco llegó milagrosamente al lado donde él se estableció y decidió dejar al segundo hombre abandonado en la isla, pues consideró que sus oraciones no habían recibido la bendición de Dios y por eso no habían sido respondidas.
Cuando el barco zarpaba de la isla escuchó una voz resonando desde los cielos que le preguntó:
– ¿Por qué dejaste a tu compañero abandonado en la isla? El primer hombre respondió a la voz:
– Mis bendiciones son sólo mías porque fui yo quien las pidió. Las súplicas de mi compañero no fueron escuchadas por Dios, porque Dios no tenía nada para él.
La voz le respondió:
– Estás totalmente equivocado, él sólo tuvo una súplica que yo le respondí.
A lo cual el primer hombre preguntó:
– Dime entonces ¿qué pidió él para que yo le deba algo en pago?
La voz le respondió:
– Él oró porque todas tus súplicas fueran concedidas.
“No hay nada que ofenda tanto a Dios, o que sea tan peligroso par el alma humana, como el orgullo y la suficiencia propia” (LPGM, p. 143)
Autor Desconocido
Señor;
Haz que mis ojos vean lo que tú ves.
Haz que mis oídos oigan el estruendo de tu voz en todo lo creado.
Haz que mi hablar sea un baño de palabras de fe y esperanza que se viertan sobre las personas presas de amargura.
Haz que mi voz esparza semillas de amor para ti, en el terreno de los hombres que te buscan.
Haz que mis pies avancen siempre por el camino de la justicia.
Realiza por medio de mí la obra de la verdad.
Mueve mi corazón y hazme sentir amor por todas los seres que tú has creado.
Pon tus pensamientos en mí, que mis manos sean tus manos, que mis pies sean tus pies.
Guíame, y sé Tú mi luz en todos los instantes de mi vida.
Amén