Cuenta el columnista Sidney Harris que, en cierta ocasión, acompañaba a comprar el periódico a un amigo suyo, quien saludó con cortesía al dueño del quiosco. Este le respondió con brusquedad y desconsideración. El amigo de Harris, mientras recogía el periódico que el otro había arrojado hacia él de mala manera, sonrió y le deseó al vendedor un buen fin de semana. Cuando los dos amigos reemprendieron el camino, el columnista le pregunto:
– ¿Te trata siempre con tanta descortesía?
– Sí. por desgracia.
– ¿Y tú siempre te muestras igual de amable?
– Sí, así es.
– ¿Y por qué eres tan amable con él cuando él es tan antipático contigo?
– Porque no quiero que sea él, quien decida cómo debo actuar yo.
En el mundo en general, hay millones de habitantes, pero pocas personas viven la vida sin ser vividos ellos mismos por los demás. Para vivir la vida con autenticidad, hace falta mucho valor y tener valores morales y espirituales firmes. Vivir con autenticidad supone arriesgarte, atreverte, saber decir NO, si crees que debes decirlo, cuando todos a tu alrededor dicen SI. En un mundo carcomido por el egoísmo y la falsedad, hace falta mucho valor para ser auténtico. En un mundo donde las relaciones están atrapadas por la ofensa, el acaparamiento, el poder, hace falta mucho valor y cristianismo para escuchar y tratar al otro con cariño y con bondad.
La única fórmula para vivir la vida como Dios manda, es que esa vida esté bajo el control del Espíritu Santo y no bajo los poderes de este mundo que ciegan y nublan el entendimiento. Entonces ya no serán nuestros intereses personales los que dirijan nuestras decisiones, porque lo que no quiero para mí, tampoco lo debo querer para los demás.