Cuando sea una viejecita, viviré una temporadita con cada hijo, ¡y les llevaré tanta felicidad!… ¡igual que hicieron ellos! Quiero devolverles toda la alegría que me dieron, retornándoles cada cosa, ¡oh, estarán tan emocionados!
Escribiré en las paredes en blanco, azul y rojo, y brincaré encima de los muebles con los zapatos puestos, beberé del cartón y lo dejaré fuera, atascaré todos los inodoros, y ¡oh, cómo chillarán!
Cuando estén al teléfono y no me puedan ver, agarraré cosas prohibidas, como el azúcar y el cloro. ¡Oh, harán sonar los dedos y después me advertirán con la cabeza! Y cuando lo hayan hecho me esconderé debajo de la cama.
Cuando preparen la comida y me llamen para comer, no me comeré la verdura o la ensañada o la carne. Me atragantaré con los cereales, derramaré la leche en la mesa, y cuando se enfaden, correré… ¡si es que puedo!
Me sentaré bien cerquita de la tele, cambiaré de canal cuando quiera, cruzaré los ojos como si fuera bizca sólo para ver si se me quedan así. Me quitaré las medias y tiraré una por la ventana, y jugaré con barro todo el día.
Y más tarde, ya en la cama, me estiraré y suspiraré, le daré gracias a Dios con una oración y cerraré los ojos. Mis hijos me mirarán con una sonrisa, saldrán despacito, y dirán, quejándose: “¡Es tan tierna, cuando está dormida!”