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Un Corazón Agradecido

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Ayer sonó nuestro teléfono y desde el otro lado de la línea escuché la voz de una dama que inició su conversación de la siguiente forma:

  • “Hola, ¿hablo con la señora Evelyn?
  • Sí, con ella habla
  • Usted tal vez no me recuerda, pero yo sí la recuerdo a usted, nunca me he olvidado de usted.

A estas alturas de la conversación me sentía curiosa por saber quién era la persona con la que estaba hablando, así que respondí

  • Es bueno conversar con alguien que lo recuerda a uno, aunque no podamos vernos personalmente.

De inmediato comencé a escuchar una historia que había quedado casi totalmente olvidada en mi mente. La joven que me hablaba me recordó que era una chica que encontramos en un aeropuerto en uno de nuestros viajes, tal vez hacía más de diez años. En aquella ocasión ella estaba sola, con una niña en sus brazos, desorientada y asustada porque su suegra la había dejado abandonada en el aeropuerto sin dinero y sin ayuda.

Cuando vimos ese cuadro tan triste nos preocupamos y yo me le acerqué para ofrecer mi ayuda. Le serví de interprete con los empleados de la línea aérea para que la ubicaran en otro vuelo y así pudiera llegar a su lugar de destino. Le di veinte dólares para que comprara algo de comer para ella y la niña y me aseguré de que podría seguir su viaje no sin antes darle mi número de teléfono por si se le presentaba algún otro problema en el camino.

¡Increíble, ella me estaba llamando después de tantos años! Sus palabras fueron:

  • Siempre estaré agradecida por lo que usted hizo por mí, y quiero saber si puedo hacer algo por usted. He guardado su número de teléfono todos estos años porque deseaba llamarla.

No se pueden imaginar la emoción de revivir ese incidente y mucho más al saber que ella está casada, tiene dos niños, está trabajando y me imagino que su situación ahora es muy diferente. Con mucha humildad me contó que durante todos esos años había conservado mi número telefónico, pero no me había llamado porque sentía vergüenza, sin embargo, ese día venció su temor e hizo la llamada. Sentí que debía pedirle su dirección porque tal vez algún día podremos volver a encontrarnos.

Este sorprendente, pero muy agradable, encuentro me hizo pensar en la declaración bíblica que dice: “Por cuanto lo hiciste a uno de mis hermanos pequeñitos a mí lo hiciste” (Mateo 25:40). Tal vez puedo parafrasear el resto de ese trozo bíblico y ponerlo en esta forma: “porque estuve sola en un aeropuerto, asustada, enojada, triste y desconsolada, y viniste a mí, y me ayudaste, y me diste dinero para que comprara comida, y te aseguraste que yo estuviera bien” (vers. 35-36). Doy gracias a Dios por esas oportunidades en las que sin pensarlo podemos estar siendo la respuesta de ayuda para quien lo necesita.

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