Hace unos nueve años mi esposo sembró dos árboles que personalmente no creí que sobrevivirían. Se los enviaron de una compañía en la cual había ordenado algunos árboles. En el paquete llegaron varios arbustos, pero los únicos que logró salvar fueron el sauce llorón y un cerezo rosado decorativo.
Mi esposo cuidó estos dos árboles con tanta dedicación de manera que logró sembrarlos y verlos crecer poco a poco. El sauce llorón se erguía majestuosamente en nuestro jardín y todos los visitantes disfrutaban sentarse bajo su sombra. Durante estos nueve años lo vimos soportar la nieve, los fuertes vientos y el intenso calor del verano en forma estoica.
Hace algunas semanas mientras lavaba los platos en mi casa observé por la ventana que algo había sucedido en el jardín; no se veía el sauce llorón. Agudicé la vista y con gran sorpresa noté que nuestro amado sauce se había caído. De inmediato llamé a mi esposo y le dije: “Amor, ha sucedido una gran tragedia”. Por supuesto esto lo puso muy nervioso y de inmediato salimos al patio para ver lo sucedido. Un fuerte viento había arrancado nuestro sauce. Con gran tristeza comenzamos a limpiar los escombros mientras agradecimos a Dios por los años que nos permitió disfrutar de ese hermoso árbol. Lo extrañamos porque era de gran valor para nosotros, pero ya estamos haciendo planes para remplazarlo. Nos dijeron nuestros asesores del jardín que los sauces llorones no desarrollan raíces profundas y por eso cuando van envejeciendo son fáciles de caerse.
Les comparto una foto de nuestro trabajo de limpieza y despedida del sauce.