Uno de los factores que produce los más graves y frecuentes problemas en el matrimonio es uno que apareció desde el Jardín del Edén y que nos acompaña todavía en nuestro siglo de tanta tecnología. Es el egoísmo. Usando la definición clásica de la palabra encontramos que el egoísmo supone el amor por demás exagerado que una persona siente por sí misma y que entonces, por esta razón, le hace atender desmedidamente su propio interés, despreocupándose casi por completo del de los demás.
¡Qué gran verdad! Ese amor exagerado por uno mismo es lo que ha producido tanto dolor y desgracia en la relación de cientos y miles de matrimonios llevándolos a la separación y el divorcio. Es el egoísmo el que ha producido tantas vidas de niños que crecieron privados del amor de sus padres, y contribuyeron con una formación torcida y afectada del carácter. Es el que ha producido personas que piensan que todo se lo merecen y que si las personas que están a su alrededor no se interesan por hacerles sentir bien no merecen su aprecio ni respeto.
Si las personas que se unen en matrimonio entendieran la frase pronunciada el día de su boda cuando prometieron “amarse en la salud y en la enfermedad, en la prosperidad y la adversidad”, seguramente la vida matrimonial fuera una delicia y no un calvario como resulta para algunos. El creerse merecedor de todos sus caprichos y pensar que todo debe girar en función de uno mismo es una conducta destructiva que no solamente daña a los que están alrededor nuestro sino que también ofende a Dios. Si todas las parejas tomaran con seriedad el vivir cada día para hacer feliz a su cónyuge poniendo a un lado todo pensamiento y actitud egoísta la vida matrimonial sería un oasis de felicidad, y como leí en una ocasión; los abogados especializados en divorcios tendrían que hacer fila en las agencias de desempleos.
El apóstol Pablo en su carta a los Filipenses dice lo siguiente: ”No hagan nada por egoísmo o vanidad; más bien, con humildad consideren a los demás como superiores a ustedes mismos. Cada uno debe velar no sólo por sus propios intereses sino también por los intereses de los demás” Fil 2: 3,4. Nada podría establecer con mayor claridad la clase de amor desinteresado que debe existir en la relación conyugal. Cuando uno de los miembros de la pareja está buscando solamente la satisfacción de sus deseos, sin importarle si la persona que tiene a su lado es feliz, o si está satisfecha con la relación, se estarán dando pasos que conducirán a la ruptura de dicha relación. El amor matrimonial debe ser maduro, debe ser un amor libre de caprichos, de demandas, de arrebatos. Debe ser un amor que se interesa más por dar que recibir, un amor que trata con amabilidad, con paciencia y que sabe reconocer cuando sus demandas no han sido correctas. El amor que perdura siempre será sensible y buscará no lo suyo, sino el bienestar y la felicidad de ambos.
Hace ya más de 47 años que estoy casada con un hombre maravilloso. Durante todos estos años hemos vivido momentos sumamente felices, aunque en algunas ocasiones salpicados con tristezas y dificultades, pero una cosa ha permanecido en mi mente. Me propuse hacer de mi esposo “mi proyecto de amor” y para ello cada día le he pedido a Dios que me permita despojarme de mi naturaleza egoísta para que pueda llevar a cabo mi proyecto. Hasta ahora Dios me lo ha concedido y espero que así sea también en tu matrimonio si lo deseas en verdad.