Todas estamos comprometidas con la adoración de alguna y otra manera. La pregunta no es si adoramos, sino qué adoramos. Algunas de nosotras elegimos adorar a Dios. El resultado es una cosecha plena de gozo, paz y abundancia. Otras personas se distancian de Dios al adorar con insensatez las cosas de esta tierra tales como la fama, las riquezas, o la gratificación personal. El hacer esto es un terrible error que tiene consecuencias eternas.
Cada día nos brinda oportunidades para adorar a Dios, en el lugar que le pertenece; el centro de nuestras vidas. Cuando lo hacemos, adoramos no sólo con nuestras palabras, sino también con nuestros hechos y así es como debe ser. Dios tiene el primer lugar para los creyentes; siempre el primer lugar. Que Dios nos ayude a adorarlo no sólo con palabras y hechos, sino también con nuestro corazón. En los momentos tranquilos del día alabemos a Dios y agradezcamos por habernos creado, amado y guiado hacia Él.