No sólo se ha transmitido la enfermedad de padres a hijos, generación tras generación sino que los padres legan a sus hijos sus propios hábitos erróneos, apetitos pervertidos y pasiones corruptas. Los hombres y las mujeres son lentos para aprender sabiduría de la historia del pasado. La extraña ausencia de principios que caracteriza a la generación actual, el descuido de las leyes de la vida y la salud, es asombroso. Aunque puede obtenerse fácilmente un conocimiento de estas cosas, prevalece, en cuanto a esto, una ignorancia deplorable.
La principal ansiedad de la mayoría es: “¿Qué comeré? ¿Qué beberé? ¿Con qué me vestiré?” a pesar de todo lo que se ha dicho y escrito sobre la importancia de la salud y los medios para conservarla, el apetito es la gran ley que generalmente gobierna a los hombres y a las mujeres.
¿Qué puede hacerse para detener la marea de enfermedad y crimen que está arrastrando a nuestra especie a la ruina y a la muerte? Como la gran causa del mal ha de hallarse en la complacencia del apetito y la pasión, la primera y gran obra de reforma debe ser aprender a poner en práctica las lecciones de la temperancia y el dominio propio.
Si ha de efectuarse un cambio permanente para el mejoramiento de la sociedad, la educación de las masas debe empezar en la época temprana de la vida. Es casi seguro que los hábitos formados en la infancia y la juventud, los gustos adquiridos, el dominio propio logrado, los principios inculcados desde la cuna, han de determinar el futuro del hombre o de la mujer, el crimen y la corrupción resultantes de la intemperancia y las costumbres relajadas, podrán ser evitados por la debida educación de la juventud.
La salud física perfecta es una de las más grandes ayudas para formar en la juventud caracteres puros y nobles, fortaleciéndolos para dominar el apetito y refrenar los excesos degradantes; y, por otra parte, estos mismos hábitos de dominio propio son esenciales para el mantenimiento de la salud.
La juventud es, por excelencia, la época de almacenar los conocimientos que ha de ser puestos diariamente en práctica durante toda la vida. La juventud es la época para establecer buenos hábitos, para corregir los malos ya contraídos, para lograr y mantener el poder del dominio propio y trazar el plan de acostumbrarse a la práctica de ordenar todos los actos de la vida de acuerdo con la voluntad de Dios, y el bienestar de nuestros semejantes.