Leí en cierta ocasión una declaración de un sabio pastor que aconsejaba a una joven pareja ministerial. En su conversación decía: “Las personas en la iglesia se ubican en tres categorías. La primera es el grupo de personas que te aman no importando lo que hagas. Este sin embargo, es un grupo reducido de la congregación. El segundo grupo es probablemente el más grande. Son los que quieren amarte pero asumen la actitud de “esperemos y observemos cómo es él” antes de comprometernos. El grupo final es tal vez el más difícil. Es el grupo de aquellos que posiblemente siempre estarán inconformes contigo no importando cuánto hagas. Gracias a Dios que este grupo representar el porcentaje más bajo”.
La pregunta que viene a mi mente es ¿cómo la esposa del pastor puede lidiar con estas clases de personas y sentirse feliz en el ministerio? A todos las esposas de pastores nos gusta llevarnos bien con los miembros de la congregación, de manera que ante la realidad de los grupos con los cuales nos relacionamos, lo mejor que podemos hacer es desarrollar con mucha oración diferentes formas de relacionarnos en la dirección correcta. Solamente la sabiduría que viene de Dios puede ayudarnos para que nuestro paso por las diferentes congregaciones resulte en una experiencia de bendición y no en una situación que deje un sabor amargo en nuestra vida pastoral y por ende en el matrimonio.
Analizando un poco los grupos a los cuales se hacía mención en el consejo pastoral de la revista, es fácil admitir que el primer grupo está compuesto por los que se roban nuestro corazón de inmediato. Esos son los miembros que han apoyado a las familias pastorales que vinieron antes de nosotros, y apoyarán a las que ocupen nuestro lugar cuando se presente un traslado. Son los que están siempre dispuestos a ayudar, a resolver, a trabajar de manera que la iglesia se mantenga creciendo año tras año. Tal vez, la preocupación más grande que llegamos a tener con estas personas es la de no recargarles en su trabajo por la iglesia, o que lleguemos a disfrutar tanto su compañía que pasemos más tiempo con ellos que con otros en la iglesia.
Siendo sincera tengo que reconocer que la mayoría de las congregaciones quieren tener un pastor al cual ellos lo puedan querer y que a su vez, los haga sentir queridos. Hablando sobre esto en cierta ocasión con una joven pareja que asiste a nuestra iglesia, ellos decían: “Hace tanto tiempo que a nuestra iglesia no llega un pastor que nos ame de verdad. Nuestro pastor se limita a predicar cuando le corresponder y a dirigir las reuniones regulares de la iglesia”. Esto me confirmó una vez más que lo que la congregación desea no es una pareja pastoral con un alto grado de educación teológica sino una que los ame con sinceridad. Por supuesto que en toda congregación existen los inconformes y los que no importa lo mucho o lo poco que hagamos siempre estaremos en la mirada escrutadora y crítica de ellos, pero creo que la esposa del pastor puede hacer mucho para aliviar la tensión que este grupo produce si se mantiene lado a lado con su esposo y evita demostrar preferencias.
Las relaciones interpersonales son la base del ministerio, por lo tanto son de suma importancia. Si asumimos una actitud de comprensión, amor y bondad para con la congregación, y le pedimos la sabiduría que nos ayudará a equilibrar nuestras relaciones, seguramente podremos con toda propiedad amar aún aquellos que no nos aman y nos critican. Si Jesús amó a sus enemigos y nos dejó el consejo para que lo sigamos, ¿no creen que podemos llegar a amar a los que nos critican y adversan? Estoy segura que sí podemos con la ayuda que viene del cielo; pero tenemos que pedirla.