LECTURA BIBLICA: “Tu vienes a mí con espada, lanza y escudo; mas yo vengo a ti en el nombre de Jehová de los ejércitos… Jehová te entregará hoy en mi mano y yo te venceré” (1 Samuel 17:45-46)
HIMNO INICIAL: 380 H.A.
HIMNO DE CLAUSURA: 379 H.A.
La historia de David es una de las más emocionantes de la historia sagrada, seguramente a través de nuestra vida cristiana la hemos escuchado y disfrutado innumerables veces con la misma emoción. La proeza del pequeño pastor de Israel llena nuestras expectativas en relación a lo que Dios puede hacer cuando sus hijos depositan su debilidad en El y dejan que les revista con su fuerza y su poder. La contienda entre David y Goliat no sólo fue la emocionante lucha entre un niño y un gigante, sino que representa una forma más de la milenaria lucha entre el bien y el mal, entre Jehová y Dagón, entre Dios y Satanás.
Quiero invitarles a imaginar por un momento la desproporción en la contienda. Goliat un gigante de casi tres metros de altura lleno de prepotencia desafiando por cuarenta días al amedrentado pueblo de Israel, que escuchaba al malvado paladín vociferar amenazas con las rodillas temblando y las mandíbulas apretadas por el temor, sin saber qué hacer. “Escoged de entre vosotros un hombre que venga contra mí. Si él puede pelear conmigo y me venciere, nosotros seremos vuestros siervos. Y si yo pudiere más que él, y lo venciere, vosotros seréis nuestros siervos y nos serviréis” (1 Samuel 17: 8,9). En ese momento álgido hace su aparición el pequeño David, al cual la biblia describe como “un mozo de buen parecer”, poseedor únicamente, del vigor de la infancia apenas abandonada y una tremenda confianza en Dios. Llamado a cumplir la misión que ningún guerrero experimentado de Israel había sido capaz de aceptar, exclama: “¿Quién es este filisteo incircunciso, para que provoque a los escuadrones del Dios viviente?” (1 Samuel 17:26)
Dios nos está preparando también hoy para una misión especial, la señora Elena de White dice: “Detengamos nuestra imaginación en este momento y pensemos ¿No son acaso las condiciones del mundo actual semejantes al tiempo del pequeño pastorcillo de Israel? ¿No somos testigos de las provocaciones continuas de Satanás al pueblo de Dios representado en su iglesia?” Indudablemente que sí, por doquier se alzan las voces de las huestes malignas que pretenden echar por tierra los principios eternos. En este tiempo de crisis cuando todos los recursos del cielo y de la tierra se hacen necesarios para la contienda final, contamos con un gran ejército de pequeños pastores que están dispuestos a aceptar el llamado divino y responden: “Heme aquí Señor, envíame a mí”. ¡Ahora es el tiempo cuando los niños de la iglesia dejemos de ser espectadores, para convertirnos en protagonistas formando parte del ejército del Dios vivo a quien deseamos ver venir pronto en gloria y majestad, y el cual está dispuesto a darnos la victoria eterna!
Cuando el pueblo se enteró de la decisión de David de desafiar al gigante, se asombraron pensando que era un gran atrevimiento y osadía. ¿Podría tan sólo un niño, hacer frente a tan temible enemigo? No era la inocencia infantil o su inexperiencia lo que había impulsado a David ante el pueblo, sus palabras emanaban de una creciente fe en Dios, lo que le permitía ver la estatura de Goliat no como un obstáculo sino como una ventaja para alcanzar la victoria. Las horas pasadas en las colinas solitarias, mientras cuidaba las ovejas de su padre, habían sido una buena escuela para él, no sólo se había hecho diestro en el uso de la honda, única arma de defensa de los pastorcitos en aquel tiempo, y que más tarde sería la estrategia usada para cumplir los propósitos divinos, sino que además mientras sus manos se movían con agilidad practicando los tiros una y otra vez, su mente era elevada y su corazón era tocado por la dulce influencia del Espíritu de Dios. Ajeno a todo, David no alcanzaba a comprender aún, la grandeza de la tarea para la cual estaba siendo preparado y para la cual lo había llamado.
“En el cercano futuro, muchos niños serán dotados del Espíritu Santo de Dios, y harán en la proclamación de la verdad al mundo, una obra que en aquel entonces no podrán hacer los miembros adultos” (Consejos para los Maestros, pág. 158) Ese “futuro cercano” al que ella hace referencia ya ha llegado, es ahora cuando los niños ungidos por el Espíritu Santo y guiados por adultos sabios, nos convertiremos en campeones para la honra y gloria de Dios. Los niños necesitamos que se nos adiestre en el uso de las armas divinas, necesitamos que la iglesia no escatime recursos en nuestra preparación, necesitamos manos consagradas que se eleven al cielo e intercedan en nuestro favor ante el trono de la gracia. Al respecto leemos del Espíritu de Profecía: “Mientras el Espíritu Santo influye en los corazones de los niños, colaborad en su obra. Enseñadles que el Salvador los llama, y que nada le alegra tanto como verles entregarse a El en la flor y la lozanía de la edad”. (Evangelismo pág. 422)
TRIUNFANTE BATALLA TRAS BATALLA
La preparación de David para la victoria comenzó cuando apenas era un niño, mientras pastoreaba el rebaño de su padre. En las solitarias colinas, rodeado por el silencio de los atardeceres, al realizar las sencillas faenas de pastor, comprendió el tierno cuidado y amor del Pastor Divino hacia sus corderos; este aprendizaje le permitió más tarde avanzar de triunfo en triunfo. La primera victoria de David fue al hacer frente a los celos y la mofa de sus hermanos, quienes lo consideran útil sólo para estar en el campo al cuidado de las ovejas, como si la humilde actividad de pastor no revistiera ninguna importancia. Fácilmente hubiera podido desanimarse y regresar al hogar paterno a esperar en la incertidumbre las noticias del campamento, pero no fue así. Lleno de ánimo y de fe, se presentó ante el rey, y le declaró sus intensiones. Fue allí delante de Saúl donde David alcanzó su segunda victoria: “No desmaye el corazón de ninguno a causa de él; tu siervo irá y peleará contra este filisteo” (1 Samuel 17:32) – dijo el rey que no salía de su incredulidad y asombro: “No podrás ir contra aquel filisteo, para pelear con él; porque tú eres muchacho, y él un hombre de guerra desde su juventud” (1 Samuel 17:33). La voz que hablaba en David, era la voz de Dios que llenaba su corazón y su mente de optimismo y valor, la voz que hablaba en Saúl era la voz de una conciencia culpable que le decía, que como rey del pueblo no había sabido cumplir con su deber. Los niños de hoy igual que en el tiempo antiguo, estamos siendo llamados a ocupar un lugar en el ejército cuyo capitán es Cristo Jesús. Las Sagradas Escrituras nos animan a seguir adelante en este propósito diciendo: “Ninguno tenga en poco tu juventud, pero se ejemplo de los fieles en palabra, en conversación, en amor, en espíritu, en fe, en limpieza” (1 Timoteo 4:12)
La tercera victoria de David frente al gigante, sin lugar a dudas, fue la consecuencia natural y lógica que puede recibir un hijo de Dios cuando ha aprendido a confiar. Un pequeño pastor, una honda y cinco piedrecitas del arroyo, unido al valor de un niño con una fe inquebrantable pudieron pelear la batalla que el poderoso ejército de Israel no se atrevió a lidiar. La Biblia dice que el gigante le miró y “túvole en poco; porque era mancebo, y rubio y de hermoso parecer”. (1 Samuel 17:42) También hoy, puede parecer a algunos adultos que las armas de lucha de los niños para hacer frente a los ataques de Satanás, son insuficientes e insignificantes, y que nuestra condición de niños nos descalifica para ser victoriosos en Cristo. Nosotros decimos como David: “Tu vienes a mi con espada lanza y escudo; mas yo vengo a tí en el nombre de Jehová de los ejércitos, el Dios de los escuadrones de Israel, que tú has provocado. Jehová te entregará hoy en mi mano, y yo te venceré…” (1 Samuel 17:45)
Un estruendoso grito de victoria resonó en el pueblo de Dios, cuando el filisteo cayó presa de una certera piedra que salió de la mano de David y que voló en el aire dirigida por Jehová hasta el blanco perfecto. Fue un grito de mezcla de gozo y de asombro al ser testigos de una proeza sin igual. En el pueblo filisteo también hubo sorpresa, pues llenos de pánico se desplazaron en desorden huyendo despavoridos. Lo que parecía invencible había sido vencido y lo que parecía imposible era ahora una realidad hermosa para los hijos de Israel y una realidad aterradora para el pueblo filisteo.
UN PEQUEÑO GRAN EJÉRCITO
Igual que en el pasado, hoy las huestes enemigas avanzan paso a paso, pecados gigantes se alzan desafiando la voluntad divina, sin embargo, encontramos consuelo y esperanza en las promesas del Señor: “… Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 18:20)
En ese tiempo especial, cuando somos insuficientes para contrarrestar toda influencia del mal, nosotros los niños deseamos ocupar nuestro lugar en el ejército de Dios, permitiendo así que lo anunciado por el Espíritu de Profecía se haga una realidad, cuando afirma: “En las escenas finales de la historia de esta tierra, muchos niños asombrarán a la gente por su testimonio de la verdad que darán con sencillez, pero con espíritu y poder”. (Educación, pág. 158)
Espíritu y poder serán otorgados a todos aquellos que estén dispuestos a confiar y a poner sus recursos en las manos del Divino Capitán. Sin distinción de sexo, ni de raza, ni de edad, el llamado de Dios se hace extensivo a todos sus hijos. Nosotros los niños deseamos ser parte de este llamado, anhelamos encontrarnos en el camino de nuestra preparación hacia el cielo, con adultos visionarios que vean en nosotros no sólo el futuro de la iglesia, sino que nos miren como parte de una realidad presente que reclama: “…Id por todo el mundo, y predicad el evangelio a toda criatura…” (Marcos 16:15)
Pero… ¿Cómo hemos de ir, sin una mano que nos indique el camino? ¿Cómo hemos de predicar si no se nos instruye? ¿Cómo hemos de conocer la esencia del evangelio si no tenemos modelos dignos de imitar? El pequeño David pudo vencer al gigante porque vivió experiencias tempranas que lo prepararon para ello. Esta mañana en el nombre del Señor, les pedimos a nuestros padres, maestros y pastores que nos brinden oportunidades para desarrollar nuestros talentos, y que creen condiciones propicias para que el Espíritu Santo toque nuestros corazones y revestidos del poder del Cielo lleguemos a ser CAMPEONES PARA DIOS.
Nosotros estamos dispuestos a poner nuestros sencillos recursos a los pies de Jesús, para que El los multiplique cual lo hizo en la ladera de la montaña con los panes y los peces de un niño que estuvo dispuesto a dar lo mejor y lo único que tenía. Jesús no tuvo en menos esta humilde demostración de amor, y la usó para realizar uno de los milagros más maravillosos.
REFLEXION FINAL
Todos los niños somos infinitamente especiales para Dios y en su infinito amor nos llama a ocupar un lugar en las filas del ejército del cielo. Esta mañana me siento especialmente agradecido y gozoso por ser niño y poder responder positivamente a este llamado. Pregunto ahora a los niños que están aquí: ¿Quieren ustedes hoy día, igual que yo, aceptar el llamado del Señor y prepararnos para ocupar el lugar en el ejército de Dios? Les invito para que se pongan de pie (espere las respuestas de los niños).
Gracias también doy al cielo por todos los adultos consagrados que Dios ha puesto en nuestra senda y que día a día hacen esfuerzos especiales para conducirnos, instruirnos y enseñarnos en toda buena obra. Esta mañana es un buen momento para que juntos, los niños y los adultos nos consagremos a Dios, de tal manera que su Santo Espíritu nos colme, y al igual que el pueblo de Israel en el pasado logremos grandes victorias en Su nombre. Pongámonos todos de pie y oremos para que esto sea una realidad en nuestra vida personal y también en la iglesia del Señor. (Pida al pastor o a algún anciano para que eleve esta oración de consagración).