El diccionario de la Lengua Española define la palabra abnegación como el sacrificio o renuncia de la voluntad, de los afectos o de los bienes materiales en servicio de Dios, del prójimo o de algún ideal. Esta declaración tan abarcante tiene comprendidas varias palabras claves que significan mucho para una mujer, especialmente si ésta es la esposa de un pastor. Es bien sabido que hemos sido llamadas para servir a la iglesia desde nuestra posición de esposas, y que la congregación siempre espera que dicho servicio sea prestado en forma voluntaria, y con buen agrado. Pues bien, hasta este punto todo parece claro, pero ahora viene una pregunta clave: ¿Nos sentimos felices de servir a la congregación, o lo hacemos porque es lo que se espera de nosotras y nada más?
El pastor G. Knight, en una presentación que hizo durante el Congreso de la Asociación General celebrado en Toronto, pronunció una declaración que nos dejó muy impresionados. Entre muchos de sus planteamientos sobre la situación de la iglesia en la actualidad, el pastor decía que “muchos adventistas son más felices cuando se termina el sábado que cuando comienza”. ¿Será posible que algunas de nosotras nos sintamos más felices si tan sólo no tuviéramos que sacrificarnos para servir a la iglesia? ¿Será que somos más felices en la casa, lejos de los hermanos? Las respuestas a estas preguntas bien pueden ser afirmativas en el caso de algunas de nosotras, y por eso no crean que me van a defraudar. Al contrario, siento que un buen número de esposas de pastores en determinado momento de su vida ministerial han experimentado estos sentimientos.
Es posible que una gran mayoría de nosotras ha sentido que el precio que ha pagado para que la iglesia crezca y para que el ministerio de su esposo sea fructífero sobrepasa sus expectativas. Por otro lado cuando miramos el camino que ya hemos recorrido nos asombra encontrar cuántas bendiciones y cuánto aprendizaje hay en nuestro haber que de otra manea no lo hubiéramos alcanzado nunca. Ciertamente para que la iglesia siga en su caminar hacia su destino final se requiere de sus componentes una buena dosis de abnegación y sacrificio. No en el sentido de una renuncia obligatoria sino como la misma palabra abnegación lo declara, en forma voluntaria y yo le añado; con alegría.
Pensando en algunos modelos de abnegación en la Biblia viene a mi mente el de una mujer con la cual en ciertos aspectos me siento identificada. Ella es Sara. Esta hermosa mujer,(en este aspecto no estoy muy identificada con ella) cuando se unió a su esposo lo hizo por amor puro y abnegado. Estando casada con un hombre de buena posición económica y teniendo a su disposición sirvientas y personal para atenderla en todas sus necesidades, (otro aspecto en el cual no estoy identificada con ella) cuando Dios llamó a su esposo para una misión muy especial, ella no vaciló. Se sometió voluntariamente a los inconvenientes que la situación presentaba aún cuando desconocía los detalles de la misma. Dios solamente le había dicho a su esposo: “Vete de tu tierra, de tus parientes y de la casa de tu padre, y vete a la tierra que te mostraré” (Gén. 12:1). Aunque el llamado no era directamente para ella, sintió que Dios la había incluido en sus planes y siguió adelante afrontando todos los inconvenientes que se presentaron. Pensemos en los engaños, las mentiras, las humillaciones y todo lo que estuvo involucrado en la historia de casada de esta mujer. No me extrañaría que en más de una ocasión Sara se haya preguntado por qué aceptó venir con su esposo a esta aventura en la cual no veía ni promesa cumplida, ni paz de espíritu. Sin embargo, así son las cosas de Dios. El actúa a su tiempo y a su manera. Tú y yo solamente debemos esperar confiadamente en El.
En mi caminar por la vida durante estos años de ministerio junto a mi esposo he tenido que practicar en muchas ocasiones la abnegación. Confieso que ese no es un atributo resaltante de mi personalidad, pero con el correr del tiempo, he llegado a valorar los momentos y las situaciones en las cuales he tenido que poner a un lado mis intereses, los de mis hijos, mis gustos, mis ideales, porque hay otras cosas que deben recibir una atención prioritaria. No quiero que piensen que he vivido en abnegación permanente, pero si quiero que sepan que he sentido mucho gozo al saber que con mi actitud he hecho feliz a Dios y a otras personas. Lo que he llegado a experimentar sobrepasa cualquier pensamiento de autocompasión que pudiera haberse apoderado de mí cuando he renunciando a algo. Creo afirmativamente en lo que la Biblia dice con respecto a la abnegación y la liberalidad: “Más bienaventurada cosa es dar que recibir”(Hechos 20:35). Cuando te colocas a un lado, y dejas que los intereses de Dios vayan adelante, es asombrosa la forma como El toma el control de todas las situaciones y luego te recompensa. Nunca un acto de abnegación quedará inadvertido ante los ojos de Dios. Su inmenso amor y bondad, están siempre dispuestos a recompensar nuestros sacrificios.
Te animo para que vivas el presente disfrutando de las bendiciones de Dios sabiendo que lo poco que pudieras estar sacrificando para que la misión se cumpla, nunca es comparable con lo mucho que recibirás cuando ya todo trabajo haya sido terminado. Dios entregó a su hijo en el acto de amor y abnegación más grande que la humanidad conoce, ¿no te parece que nuestros pequeños sacrificios no son comparables con ese? Las glorias eternas que nos aguardan no han subido a la mente humana, y esa recompensa será tuya y mía aunque tengamos que pagar una pequeña cuota de sacrificio.
Bien podríamos decir como el apóstol Pablo: “Sin embargo, todo aquello que para mí era ganancia, ahora lo considero pérdida por causa de Cristo. Es más, todo lo considero pérdida por razón del incomparable valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor”. Fil. 3: 7,8