Estaba mirando la entrevista que le hicieron a una joven casada con un ministro acerca de cómo veía ella el papel de la esposa del pastor en la actualidad siendo que ella es hija de un pastor y vivió junto a su madre lo que significa estar casada con un líder espiritual desde su niñez. Esta joven vive en California y tiene tres hijos pequeños.
La entrevistadora le preguntó cómo consideraba ella su rol como esposa de pastor comparado con el de su mamá. Su respuesta fue; “Yo tengo más libertad que ella”. Por supuesto que la joven no se estaba refiriendo a libertad para hacer lo que no se espera de una esposa de pastor, sino que en este tiempo las demandas de la congregación para con la esposa del pastor le permite a ella sentir que puede hacer su propio programa personal, cumplir con sus responsabilidades y a la vez proyectarse a la iglesia con un espíritu de servicio.
De toda la entrevista lo que más me llamó la atención fue cuando ella dijo: “Yo he entendido que mi gran responsabilidad es primeramente para con mi esposo, en segundo lugar para con mis hijos, y la iglesia va en tercer lugar”. ¡Qué gran verdad que muchas esposas de pastores necesitan aprender! Ninguna mujer que está al lado de un ministro ha sido llamada para servir a la iglesia descuidando a su esposo y a sus hijos. Dios no nos ha pedido eso porque Él sabe muy bien las consecuencias devastadoras que eso produciría para el hogar del ministro y para la iglesia.
La primera responsabilidad nuestra es para con el esposo. Si el ministro tiene una esposa que lo comprende, que cuida de su salud, que sabe apoyarlo en la toma de decisiones, que está presta para orar por aquellos asuntos que su esposo debe atender, esa iglesia de ese ministro estará bendecida. De igual forma si esa iglesia tiene una esposa de pastor que es una madre dedicada, formadora del carácter de sus hijos, una mujer que toma tiempo para guiar a sus hijos hacia una relación con Jesús desde sus tiernos años, y que puede ser una buena influencia y modelo para otras madres de la congregación, seguramente esa será una iglesia doblemente bendecida.
Muchas esposas de ministros piensan que la vida de ellas está regida por un código que les indica lo que deben y lo que no deben hacer. Viven tan preocupadas por lo que la iglesia puede pensar de ellas en cuanto a sus funciones que no sienten la libertad de poder establecer sus prioridades en la forma adecuada. Algunas están demasiado involucradas con la iglesia, pero sus hogares están descuidados y las necesidades del esposo y los hijos no son atendidas en forma adecuada. Otras tienen tanta apatía a involucrarse que están muy alejadas de la congregación y aportan muy poco o nada al ministerio al cual fueron ambos llamados.
Estoy convencida que la respuesta de esta joven revela lo ubicada que ella está con respecto a su papel como esposa del líder espiritual de una congregación. Si su esposo está confiado de que en su hogar todas las cosas están bien y que sus hijos también tienen una madre que está atenta al cuidado y crecimiento de los niños, seguramente el ministerio de este hombre estará bien respaldado. Sería muy lamentable que una esposa de pastor por dejarse llevar por las presiones o por el qué dirán, descuide la atención del círculo interno de su hogar para ayudar a otros mientras los suyos sufren por su falta de atención. La iglesia aprecia, respeta y admira el trabajo de la esposa del pastor, pero el mejor regalo que ella puede hacerle a esa congregación es retribuirle atendiendo a su esposo en primer lugar, a sus hijos en segundo lugar y a la iglesia en tercer lugar. Eso no es egoísmo, ni mucho menos falta de visión, es simplemente libertad para hacer la voluntad de Dios.