“Alzaré mis ojos a los montes, ¿de dónde vendrá mi socorro? Salmo 121:1
Se cuenta la historia de un hombre que se encontró un día un billete de 500 pesetas. Fue tanto su entusiasmo que pensó que si seguía mirando hacia abajo podría un día encontrar mucho más. Cuando llegó a sus últimos días de vida y antes de morir informó lo siguiente: “Mirando hacia el suelo he encontrado: 29,516 botones, 54, 172 alfileres, 62 pesetas, una enfermedad del pecho, he perdido el brillo del sol, el saludo de un hermano, he dejado de ver muchas puestas de sol, dejé de ver los rostros de las personas que pasaban por mi lado, deje de ver la sonrisa de muchos niños, la hermosura de la vida y mucho más. Al llegar al final de mis días concluyo que es mejor mirar hacia arriba”.
¿Qué buscas aquí abajo? Cuando caminamos con nuestros ojos mirando hacia abajo estamos literalmente limitando nuestro avanzar. Aunque es bueno mirar por donde vamos caminando tenemos que fijar nuestra vista hacia adelante y no hacia el suelo. Mirar hacia adelante es tener una meta, es tener un punto de llegada hacia el cual estamos caminando. Nuestros ojos deben estar fijos en la meta, porque el camino estará lleno de muchas sorpresas. A medida que vayamos avanzando iremos descubriendo esas sorpresas las cuales pueden aliviar nuestra carga, o hacerla más pesada. Necesitamos aprender a lidiar con las sorpresas desde cuando las vemos venir a la distancia.
El hombre de la historia fue por la vida mirando siempre hacia abajo y por lo tanto se perdió de disfrutar muchas de las cosa lindas que a diario Dios nos regala. Lo que logró recolectar al final de sus días no tenía ningún valor de manera que no solamente perdió su tiempo, sino que nunca llegó a alcanzar su ideal.
Como mujeres cristianas debemos transitar por el camino de la vida con nuestros ojos puestos en el Señor. Cada día que se nos presenta es una oportunidad para caminar con los ojos bien altos sabiendo que en el cielo está quien nos dará la fortaleza para vivir un día a la vez. Arriba está nuestro guardador; arriba está quien nos protege de día y de noche. Arriba está el que guarda a Israel y quien no nos dejará porque estará con nosotras al entrar y al salir. No miremos hacia abajo porque sólo lograremos perder el camino y la meta. Nuestros ojos deben estar mirando hacia arriba pues desde arriba es que vendrá nuestro Salvador. Aquí abajo no hay nada duradero; lo eterno, lo que perdura está arriba. Un himno que cantamos con frecuencia dice: “Fija tus ojos en Cristo, tan lleno de gracia y amor, y lo terrenal sin valor será a la luz del glorioso Señor”. Miremos hacia arriba, siempre hacia arriba.