Hay un proverbio chino que dice: “Si el alumno no supera al maestro, ni es bueno el alumno, ni es bueno el maestro”. Cuando leí este proverbio por primera vez pensé en todos aquellos alumnos que tuve el privilegio de enseñar. Al encontrarme nuevamente con algunos de ellos los vi convertidos en excelentes profesionales, madres felices, matrimonios exitosos y personas productivas.
Obviamente no creo que todos los estudiantes que pasaron por mis manos son lumbreras que el mundo admira, pero si puedo decir que cuando me los encuentro y me saludan lo hacen con cariño sincero. Estoy convencida que de alguna forma la huella que un maestro deja en la vida de sus alumnos es determinante.
Después de quince años en el aula me dediqué a capacitar y enseñar a los maestros de niños en las iglesias. Esa experiencia fue maravillosa y hoy cuando me encuentro con algunos de esos maestros, o cuando me escriben para pedirme que les ayude con alguna idea o programa concluyo que la prolongación de mi trabajo llegó mucho más lejos de lo que me imaginé, porque muchas de las maestras de niños y directoras de iglesia así como departamentales del Ministerio Infantil están haciendo un trabajo superior al que yo les pude haber inspirado. Por eso cuando leo el proverbio agradezco a Dios por todos aquellos que hacen su trabajo en la iglesia mejor de lo que les enseñé.