¿Quién es el dueño? Cuando me hago esa pregunta, mi primer impulso es descartarla por no tener sentido. Al igual que Pablo, que disfrutaba los derechos y libertades de un ciudadano romano, yo también puedo gloriarme de que soy libre… al menos políticamente.
Olav Olavson era un ciudadano libre de Suecia, pero se vio necesitado de dinero. Así que en 1910 vendió su cuerpo por desesperación al Instituto Karolinska de Estocolmo para que hicieran investigaciones médicas. Un año después heredó una fortuna y trató de comprarse de nuevo. Pero el Instituto se negó a venderle sus derechos a su propio cuerpo, y después de un proceso legal, retuvieron la posesión del mismo. El Instituto hasta pudo cobrarle dinero por daños, pues Olavson se sacó dos dientes sin permiso de ellos.
Todos nosotros somos esclavos del pecado y estamos espiritualmente muertos, a menos que hayamos nacido de nuevo. Podemos ser liberados de la pena y el poder del pecado (y cuánto me regocijo de haber sido liberado) pidiéndole a Jesucristo en actitud de oración que sea nuestro Libertador. Experimentamos libertad espiritual cuando aceptamos su regalo de perdón y luego nos ofrecemos como esclavos a Dios.
¡Qué bendita paradoja! Como esclavos de Dios, disfrutamos una vida de verdadera libertad, paz y esperanza.
¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo…y que no sois vuestros? 1 Cor. 6:19