Puedo recordar los rostros de algunos de los pacientes que participaron en el estudio. Se invitaron 40 personas de ambos sexos, y de diferentes culturas que estaban luchando con problemas de hipertensión. Todas estas personas estaban tomando medicamentos para “controlar” su presión arterial. En el equipo de trabajo estaba un cardiólogo, algunos enfermeros y enfermeras, y un grupo de capellanes. Estas 40 personas venían al hospital una noche a la semana durante 8 semanas con la intención de recibir monitoreo de su presión arterial y participar de un seminario sobre el significado del perdón.
Por diseño de la investigación, en ninguno de los seminarios se les dijo a los pacientes que “tenían que perdonar” solo se les enseñó el significado Bíblico del perdón, el significado sicológico del perdón, y los beneficios emocionales y espirituales del perdón. La hipótesis era que de alguna forma ese conocimiento afectaría la salud de los pacientes, por eso el monitoreo de su presión arterial. Al terminar las 8 semanas, 38 de los 40 pacientes que iniciaron el programa encontraron que no tenían necesidad de tomar más medicamentos para controlar la presión. Lo que demostró que tan solo conocer acerca del significado del perdón tiene un efecto directo sobre la salud del corazón1.
Definitivamente es claro que el perdón tiene un efecto emocional y sicológico muy positivo en nuestras vidas. Y ni pensar del efecto espiritual del perdón como la solución Divina al problema del pecado. Pero enfoquémonos hoy un poco en algunas cosas importantes sobre el perdón. En primer lugar, ¿qué no es el perdón?
Perdonar no es olvidar. Quizás habrás escuchado a alguien decir “yo perdono pero no olvido” La verdad es que cuando hablo con pacientes sobre el perdón les digo que espero que nunca olviden lo que tienen que perdonar. La memoria puede ser un excelente mecanismo de defensa, dado por Dios para nuestra protección. ¿Te imaginas lo que pasaría si olvidamos las formas en que las personas nos hacen daño? Pasaríamos la vida de daño en daño, de dolor a dolor. Y una vida así no creo que cumpla con lo dicho por Juan, “Amado, yo deseo que tu seas prosperado en todas las cosas, y que tengas salud así como prospera tu alma” (3 Juan 2).
Perdonar no es liberar. Algunas personas me dicen que no pueden perdonar porque creen que al perdonar liberan de responsabilidad a aquellos que les han herido. Ese pensamiento, aunque muy real en la mente de muchos no tiene sentido. Piense por un instante cuando alguien comete un acto pecaminoso, el perdón ¿verdaderamente libera de las consecuencias? Recuerda la historia de Adán y Eva, cuando ellos pecaron, Dios los perdonó. Pero aún con el perdón tuvieron que salir del huerto del Edén. Las consecuencias del error siempre se pagan, aunque recibamos el perdón.
Perdonar no pre-supone una restauración inmediata de las relaciones rotas. Aquí estamos entrando en un terreno un poco controversial. Lo que estoy diciendo es básicamente que perdonar no significa que tenemos que ser amigos. Esto pareciera estar en posición contraria al significado bíblico del perdón. Después de todo Dios nos perdona para restaurar su relación con nosotros los pecadores, esa es la pura verdad. Pero aquí estoy hablando de relaciones humanas, no de relaciones entre Dios y los hombres. Si el perdón es recordar – tal como podemos inferir de uno de mis párrafos anteriores – y decido perdonar a alguien que me ha causado dolor consistentemente en el pasado, ¿es sabio restaurar la relación sabiendo que corro el riesgo de que esa persona me haga daño de nuevo?
Trabajando en el hospital aprendí algo muy interesante sobre el perdón. Conversando un día con una enfermera experimentada sobre ¿cómo hacía para atender a personas que parecen no merecen ser atendidas? ella me respondió, “Iván, cuando tengo que atender a personas que hacen daño siempre hago una oración: ‘Señor, ámalos tú, porque en este momento yo no puedo amarlos’”. En aquel momento me pareció extraña esa oración. No sé si te das cuenta de que es una oración de perdón y de confesión. Al orar de esta forma reconozco mi humanidad, y como tal no soy capaz de amar como Dios ama. Al mismo tiempo pronuncio una bendición sobre aquellos que me han hecho daño al pedirle a Dios que los ame. Eventualmente la paz de Dios llega a mi corazón y ya no me hace daño pensar sus acciones, se los dejo a Dios para que los trate con amor, tal como me ha tratado a mí.
Si, el poder curativo del perdón se manifiesta cuando al perdonar a otros me acerco más y más a Dios y puedo entender que así como Dios me ha perdonado a mí, el también perdona a aquellos que me han ofendido. De esa forma ambos comparecemos delante de Dios y ambos recibimos la misma sanidad, física, mental y espiritual. ¿Te das cuenta? ¡Perdonar me beneficia a mí, más que a nadie! El perdón es entonces para mi beneficio. Tiene todo que ver conmigo y muy poco que ver con los que me han ofendido.