Cuando recuerdo lo que era el sábado en mi hogar paterno siento tristeza por los recuerdos que vienen a mi memoria. Mi madre había conocido la verdad del sábado antes de que yo naciera. Para ella el sábado era un día muy especial porque le daba la oportunidad de asistir a la iglesia y unirse en la adoración con hermanos que no veía durante el transcurso de la semana. Para mí la llegada del sábado era símbolo de trabajo y estrés porque los preparativos del viernes eran agotadores. Había que limpiar la casa dejándola brillante y reluciente. Cuando digo limpiar la casa no me refiero a simplemente dar una sacudida al polvo de los muebles acumulado durante la semana. Para mi madre la limpieza de ese día incluía lavar las ventanas, los baños, los pisos de la casa, cambiar la lencería de las camas y pulir los muebles entre muchas otras cosas. A todo esto se le añadía la ida al supermercado con el fin de adquirir las provisiones de alimento para la semana. Aunque mi madre nunca fue instruida en la forma como se debía estar lista para el sábado ella diseñó su propio patrón de la mejor manera que pudo y ¡realmente la preparación para el día sábado en nuestra casa era sumamente agotadora!
Como era de esperarse cuando llegaba el momento para recibir el sábado, nuestros cuerpos estaban cansados a causa del trabajo físico tan intenso que habíamos realizado. Juntas cantábamos los himnos y recibíamos el sábado casi sin aliento. En el fondo de nuestros corazones estábamos seguras de que “el sábado es una delicia santa” que por alguna razón nosotras no podíamos ni sabíamos experimentar. Este patrón se repitió por muchos años por lo que siempre tuve en mi mente la misma pregunta: ¿de veras hay que hacer tantas cosas el viernes para estar listos como Dios desea a fin de adorarle en su santo día?
Los años pasaron y me fui a la universidad adventista a estudiar. Allí los viernes en las tardes también eran días de mucha agitación. En el internado la mayoría de las chicas corrían de un lado para otro preparando la ropa para el sábado y dejando todo listo en la habitación. El cansancio producido por el estudio durante la semana y las carreras para estar listas hacían que la mayoría de nosotras estuviéramos más dormidas que despiertas durante el culto de consagración el viernes en la noche. En todos mis años de alumna interna en la universidad nunca escuché una charla u orientación sobre la forma correcta y práctica de prepararse para el sábado, de manera que con el tiempo di por sentado que todos los adventistas hacían lo mismos que yo al prepararse para recibir el sábado.
Cuando me casé y conocí la familia de mi esposo, descubrí que su mamá también tenía los viernes bien ajetreados. Aunque ella era una mujer que comenzaba sus preparativos con anticipación, la preparación de la comida, la limpieza de la casa y todos los pormenores de una familia grande hacían de ese día una carga muy pesada. El viernes en la noche mientras los hijos se entretenían conversando animadamente, mi suegra se retiraba a su habitación para descansar ya que la jornada del día de preparación había sido intensa. Nuevamente me pregunté; ¿en realidad el sábado es una delicia?
Considerando los modelos que tuve no era de extrañar que en mi hogar los viernes también fueran días complicados. Simplemente yo repetía el modelo que había visto, pero un día las cosas comenzaron a cambiar. Agradezco al Señor por la forma tan maravillosa como nos ha guiado durante los años pasados. La crianza de tres hijos varones y ser esposa de un pastor no era tarea fácil, sin embargo Dios fue colocando en mi mente las ideas de cómo hacer del sábado algo agradable y placentero, así como Dios lo diseñó desde el principio. Lamento no poder dar una fórmula mágica para que las familias que lean esta serie de artículos lleguen a encontrar respuestas a todas sus interrogantes en relación con el sábado, su preparación y su observancia. Cada familia es un pequeño mundo que se rige por patrones muy particulares y es necesario que dentro del seno del hogar se analicen los factores que podrían estar impidiendo que la familia disfrute al máximo de este día sagrado.
El sábado es el día de Dios para la familia. Él desea encontrarse con nosotros durante el sábado. Desea que nos gocemos en su compañía, que sintamos que nada es más agradable que adorarle en su día santo. Es mi deseo que las experiencias que comparto con las lectoras así como mis sencillas ideas y orientaciones puedan ayudar a las mujeres adventistas a organizar sus planes para el sábado de manera que ese día tan especial se convierta en una fiesta espiritual para la familia, y que sea el preámbulo de los goces celestiales que disfrutaremos cuando vivamos un sábado eterno en la compañía de nuestro Salvador y Redentor Jesús.