“Todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos, a la verdad para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible”. 1 Cr. 9:25
No se honra a Dios cuando se descuida el cuerpo, o se lo maltrata, y así nos incapacitamos para servirle. Cuida del cuerpo proveyéndole alimentos apetitosos y fortificantes es uno de los principales deberes de la gente joven.
Los que entienden debidamente las leyes de la salud y se dejan dirigir por sus buenos principios, evitan los extremos y no incurren en la licencia ni en la restricción. Escogen su alimento no sólo para agrada al paladar, sino para reconstruir el cuerpo. Procuran conservar todas sus facultades en la mejor condición posible para prestar un mejor servicio a Dios y a los hombres. Saben someter su apetito a la razón y a la conciencia y son recompensados con salud del cuerpo y de la mente. Aunque no imponen sus opiniones a los demás ni los ofenden su ejemplo es un testimonio a favor de los principios correctos. Estas personas ejercen una extensa influencia para el bien.
La reforma alimenticia es una verdadera expresión de sentido común. El tema debe estudiarse con amplitud y profundidad, y nadie debe criticar a los demás porque sus prácticas no armonicen del todo con las propias. Es imposible prescribir una regla invariable para regular los hábitos de cada cual y nadie debe erigirse en juez de los demás. No todos pueden comer lo mismo. Ciertos alimentos que son apetitosos y saludables para una persona bien pueden ser desabridos y aun nocivos para otra. Algunos no pueden tomar leche, mientras que a otros les asienta bien. Algunos no pueden digerir guisantes ni frijoles, otros los encuentran saludables. Para algunos los cereales poco refinados son un buen alimento, mientras que otros no los pueden comer.
La reforma alimenticia debe ser progresiva. A medida que van aumentando las enfermedades en los animales, el uso de la leche y los huevos se vuelve más peligroso. Conviene tratar de sustituirlos con productos a base de soya y otros alimentos saludables y baratos. Hay que enseñar a la gente a cocinar sin leche ni huevos en la medida de lo posible, sin que por esto dejen de ser sus comidas sanas y sabrosas.
Considere cuidadosamente su dieta. Estúdiela de causa a efecto. Cultive el dominio propio. Mantenga su apetito bajo el control de la razón. Nunca abuse su estómago comiendo más de la cuenta, pero tampoco se prive del alimento sano y apetitoso que su salud requiere.
Comamos conforme nos lo dicte nuestro sano juicio y cuando le hayamos pedido al Señor que bendiga la comida para fortalecimiento de nuestro cuerpo creamos que nos oye, y tranquilicémonos.
Querido Dios, concédeme sentido común por medio de tu Espíritu Santo, para que sepa qué elegir al momento de comer. (Ministerio de curación 246,247)