Siempre quise ser una enfermera. Cuán maravilloso hubiera sido, pensé; aliviar el sufrimiento y ministrar al lado de las camas diciendo a los enfermos acerca del Gran Médico. Pero no fue mi privilegio llegar a ser una enfermera.
Quise ser una maestra, ayudar a guiar mentes en la dirección correcta. Me hubiera gustado enseñar a leer y escribir las Bellas Historias de la Biblia. Pero tampoco fue ese mi privilegio.
Quise ser una misionera en un país lejano y enseñarles a los gentiles acerca de Jesús. Tampoco fue así.
Hubiera deseado haber sido un músico, dirigir grandes coros y cantar los viejos himnos de alabanza, pero tampoco pude.
Me hubiera gustado haber sido una artista y pintar el amante rostro de Jesús, pero no fue ese mi talento.
Cuando pienso en todas las cosas que hubiera querido ser y de los muchos días que he permanecido en el hogar, y me he preguntado, ¿cuál es mi talento y qué es lo que el Señor quiere que haga?
Me levanto en la mañana, preparo el desayuno para la familia y respondo el teléfono mientras se queman las tostadas. La persona del teléfono tiene otro problema, pero difícilmente puedo oír lo que dice: Finalmente le oigo decir: “Gracias por escucharme, me siento mucho mejor”. Pero yo no he dicho nada para ayudar, y mientras tanto otro pedazo de tostada se quema.
El culto familiar es interrumpido por el toque de un vecino que desea que le preste una porción de harina. Despido a los niños que apurados salen para la escuela. El teléfono suena otra vez; tomo el mensaje para mi esposo y comienzo a lavar los platos. Pienso en la señora de nuestra iglesia que está enferma y finalmente la llamo por teléfono. Cuando escucho su débil voz agradeciendo mi llamada, estoy contenta de haberlo hecho. Otro nombre viene a mi mente y no sé por qué. Me responde con una voz llena de tristeza. Le pregunto si ha estado llorando y contesta que se siente sola y sin amigos. Me pregunta qué deseo y le contesto: “Nada, simplemente estaba pensando en usted”. Su voz se anima cuando dice que he llamado en el momento preciso y que se siente mejor.
Las labores de la casa necesitan ser atendidas pero primero debo visitar a mi desanimada vecina. Más tarde, me siento contenta de haberlo hecho, porque en ese momento se disponía a abrir otra botella de licor. Juntas nos deshicimos del contenido y ella dijo que se había sentido mucho mejor. Mi oración fue simple y ella quedó muy agradecida.
¿Qué se hizo el día?
Pronto los niños vendrán de la escuela y necesitarán mi atención. Pues es el tiempo de la cena. Después que los niños están en la cama y hay quietud por unos minutos, pienso en lo que he hecho en todo el día. ¡NADA! Abro mi Biblia y leo el texto: “Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos” (Mateo 22:14). El texto llega iluminado delante de mis ojos. ¿Escogidos? ¿Dios me escogió a mí para hablar en el teléfono mientras las tostadas se quemaron, para ayudar al vecina a dejar el licor, a tomar mensajes telefónicos para mi esposo?
Quise ser enfermera, una maestra, una misionera, un músico o un artista, pero mientras caigo sobre mis rodillas en oración, agradezco a Dios por escogerme para ser la esposa de mi esposo, la madre de mis hijos, y quien responde el teléfono mientras las tostadas se queman.
¡Qué paz y qué gozo tengo mientras descanso en mi casa y duermo todo la noche sabiendo que mañana será otro día en que puedo ser la esposa de mi esposo. Sé que el Señor me escogió para ser la esposa de un ministro, así como Él escogió a mi esposo para ser un ministro?
Ahora quiero preguntarte amiga; ¿te sientes ESCOGIDA? Toma tiempo para evaluar tu llamado al ministerio y si sientes que debes hacer ajustes o cambios te animo para que tomes acciones de inmediato. Si por el contrario sientes que eres no solo una mujer ESCOGIDA, sino que también te sientes BENDECIA, entonces sigue adelante con entusiasmo porque pronto verás el fruto de tu trabajo para Dios.
(Artículo escrito por Phyllis Escobar)