Una autora que admiro grandemente escribió: “Madres, en gran medida, el destino de sus hijos está en vuestras manos”. Me atrevo asegurar que no todas las madres han entendido lo que hay implicado en esta declaración, porque muchas mujeres toman sus responsabilidades para con sus hijos como enmarcadas solamente en lo que respecta a proveer alimento, ropa y estudio. La obra de una madre trasciende mucho más allá de simplemente atender esos menesteres que he mencionado. Abarca la formación del carácter y la conducción de los hijos hacia Jesús. Esta tarea no es fácil, porque requiere que la madre sea ella misma un ejemplo digno de imitar para sus hijos. Esa obra si se cumple con fidelidad producirá grandes beneficios para el hogar y para la sociedad. A continuación les comparto una historia que leí hace unos años atrás y que nos puede llamar a una reflexión más profunda de lo que es la responsabilidad de la madre al ser un modelo para sus hijos. Su autora es Davida Dalton.
“Era un día muy ajetreado en nuestro hogar. Pero claro, con 10 hijos y otro en camino, todos los días eran un poco agitados. Ese día en particular, sin embargo, tenía dificultades incluso para realizar los quehaceres domésticos de rutina, y todo a causa de un pequeñito.
León, que tenía tres años entonces, estaba encima de mis talones, dondequiera que me dirigiera. Cada vez que me detenía para hacer algo y me volteaba, tropezaba con él. Varias veces le había sugerido pacientemente actividades divertidas, para mantenerlo ocupado.
-¿No te gustaría jugar en el columpio? -le pregunté una vez más.
Pero él simplemente me brindó una inocente sonrisa y me dijo:
-Está bien, mamá, prefiero estar aquí contigo.
Luego continuó retozando alegremente a mi alrededor.
Después de pisarlo por quinta vez, comencé a perder la paciencia e insistí en que saliera a jugar con los otros niños. Cuando le pregunté por qué estaba actuando así, me miró con sus dulces ojos verdes y me dijo:
-Mira, mami, en la escuela mi maestra me dijo que caminara tras las huellas de Jesús. Pero como no puedo verlo, estoy caminando tras las tuyas.
Tomé a León entre mis brazos y lo abracé. Lágrimas de amor y de humildad se derramaron sobre la oración que brotó en mi corazón: una plegaria de agradecimiento por la simple, pero hermosa perspectiva de un niño de tres años”. ¿Qué tipo de huellas estás dejando en tu vida? ¿Quieren tus hijos, amigos o compañeros de trabajo seguirlas? Mucho hemos oído de seguir las huellas de Jesús, pero ¿pueden los demás seguir las tuyas también?.
¡Hermosa reflexión! Si las madres despiertan y reconocen que su influencia y ejemplo afectan el carácter y el destino de sus hijos, entonces deben proponerse desarrollar un carácter equilibrado, puro y noble que sea digno de ser imitado.