En cierta ocasión, un sabio japonés recibió la visita de un profesor universitario que quería averiguar a qué se debía que ese hombre sencillo, sin postrados ni títulos especiales, tuviera tanta fama.
El sabio le invitó a tomar el té; sirvió la taza de su huésped y, cuando estuvo llena, siguió echando con una expresión serena y bondadosa. El profesor miraba desconcertado cómo se desbordaba el te de la taza llena, y no podía explicarse una actitud que, más que sabiduría, demostraba una soberana estupidez.
¡Está ya llena! ¡No le cabe más! – gritó el profesor sin poderse contener.
Como esta taza, le dijo el sabio imperturbable, tú estás lleno de tu cultura, de tus opiniones, de tus títulos. Así es imposible que te enseñe nada.
El comienzo de la verdadera sabiduría consiste en reconocer nuestra ignorancia y en tener ganas de salir de ella, ganas de aprender. Sólo los ignorantes creen que saben mucho pues la auténtica sabiduría descansa siempre sobre bases de humildad. “Sólo sé que no sé nada” repetía Sócrates, un hombre que estando en la cárcel esperando su ajusticiamiento, oyó que un compañero cantaba un poema que él nunca había oído. Sócrates le pidió con entusiasmo que se lo enseñara. “¿Para qué lo quieres aprender si vas a morir?”, le preguntó el cantor. “Para morir sabiendo una cosa más”, le respondió Sócrates.
La Biblia declara que “El principio de la sabiduría es el temor del Señor” (Sal. 111:10) sin embargo, muchos cristianos no alcanzan esa sabiduría porque están demasiado infatuados con su propio conocimiento y creen no necesitar nada más. La enseñanza que la anécdota del sabio nos trae debe hacernos reflexionar de manera que con toda sinceridad hagamos un análisis sincero y cuidadoso de nuestra actitud ante lo que Dios nos dice y lo que nos quiere enseñar. La vida cristiana es un constante aprendizaje; la meta es la semejanza a Cristo Jesús, pero no la podremos alcanzar a menos que vayamos diariamente a la fuente de la sabiduría para pedir la porción diaria que necesitamos para evitar el mal y vivir haciendo lo que le agrada a Jesús. Aprendamos a desechar nuestras viejas formas de pensar y dejemos que la sabiduría celestial llene nuestra mente.