Los seres humanos estamos tan acostumbrados a pedir felicidad, éxito y fortuna, que se olvidan de pedir lo más importante: humildad, fortaleza, y sinceridad.
Señor, ayúdame a decir la verdad delante de los fuertes y a no decir mentiras para ganarme el aplauso de los débiles.
Si me das fortuna, no me dejes perder la felicidad. Si me das fuerzas, no me dejes perder la razón, Si me das éxito, no me dejes perder la humildad, Si me das humildad, no me dejes perder la dignidad.
Ayúdame siempre a ver el otro lado de la medalla. No me dejes inculpar de traición a los demás por no pensar como yo. Enséñame a querer a la gente como a mi mismo, y a juzgarme como a los demás. No me dejes caer en el orgullo si triunfo, ni en la desesperación si fracaso.
Más bien recuérdame que el fracaso es la experiencia que precede al triunfo. Enséñame que perdonar es lo más importante del fuerte, y que la venganza es la señal primitiva del débil. Si me quitas la fortuna, déjame la esperanza, Si me quitas el éxito, déjame la fuerza para triunfar del fracaso, Si yo faltara a la gente, dame valor para disculparme, Si la gente faltara conmigo, dame valor para perdonar.
Señor, si yo me olvido de Ti, Tú no te olvides de mi.
“Vosotros también, poniendo toda diligencia por esto mismo, añadid a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; al afecto fraternal; amor. Porque si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os dejaran estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de Nuestro Señor Jesucristo. Pero el que no tiene estas cosas tiene la vista muy corta; es ciego, habiendo olvidado la purificación de sus antiguos pecados”. 2 Pedro 1: 5-7