No vive en los grandes centros urbanos del mundo, ni en palacios destinados a las familias de los conductores de pueblos y naciones.
No dispone de vehículos oficiales, secretarias particulares o servidores palaciegos… Cuando ella pasa, no se detiene el tránsito ni los transeúntes.
Su nombre no aparece en las secciones o columnas de acontecimientos sociales que publican los grandes diarios. No recibe homenaje ni salario por su obra y sus actividades.
Nuestra primera dama es una “ilustre” desconocida.
Yo no llegaría a decir que sin ella nuestra Iglesia se detendría pero afirmo con sana conciencia que con ella marcha mejor. Su obra no es secreta, pero se oculta en el anonimato propio de los grandes. Como Juan el Bautista, su mayor preocupación es que alguien “crezca”.
Por el fruto y el triunfo de ese alguien es capaz de gastar sus años, su talento y su vida.
A despecho de todo eso, no creo que se le deba erigir un monumento, pero una cosa creo y lo publico sin ambages: ese alguien por quien ella vive y se consume le debe estar reconocido.
Ese alguien no debiera tener inconveniente en decir: “Sin ella no hubiera llegado donde llegué. Con ella triunfaré”.
Sacerdotes del Altísimo, mensajeros de Dios: Amemos nuestras tareas que son santas.
Amémoslas con todas las fuerzas de nuestra alma. Démosles la más santa de las prioridades, mas no nos olvidemos de dar mucho reconocimiento y amor a la primera dama de nuestra Iglesia.
No es la esposa de nuestro líder mundial. Es su esposa.
Nota: Este artículo fue escrito por Francisco Nuñez Siquera