En un taller de taxidermia (lugar donde se clasifican los seres vivos y muertos) se encontraba de visita un hombre entendido en embalsamar animales. En una de las mesas del taller había toda clase de animales disecados, que el dueño había procurado mostrar tan reales como le fuera posible. Pero el desconocido visitante concentró su atención en una lechuza. En seguida comenzó a criticar: “Esta lechuza no está bien disecada. La cabeza no está correctamente elevada, el cuerpo no está bien balanceado, y las plumas no están bien arregladas.
- Si yo no pudiera disecar mejor una lechuza, abandonaría este oficio – añadió. Pero ni bien terminó de decir estas palabras, la lechuza parpadeó y cambió de posición. ¡Era el único animal vivo en todo el taller!
Cuán equivocado estuvo este hombre. Tan dispuesto a criticar y encontrar defectos, para luego terminar burlado. Y su errada actitud, ¿no se asemeja a la que adoptan muchas otras personas cuando juzgan a su prójimo? Y ante esta debilidad universal brota la reflexión: Con cuánta facilidad podemos señalar en los demás sus posibles defectos- quizá más imaginarios que reales, mientras pasamos por alto los nuestros que tal vez sean peores.