No quisiera usar un absoluto, pero creo que nadie piensa en la vejez cuando está joven. La juventud es tan hermosa, y en ella estamos tan llenos de vida y energía que pensar cuando ya estemos viejos es algo que no se hace hasta que entramos a una edad avanzada y las fuerzas fallan.
Recuerdo el día cuando mi esposo me dijo en forma muy romántica; “mi amor, quiero envejecer contigo”. Por supuesto que su declaración me emocionó, pero usando un poco el sentido del humor que me caracteriza le contesté: “pues te notifico que has comenzado a cumplir tu deseo porque ya estamos viejos”. Nos reímos juntos, pero también tuvimos que llegar a una conclusión; los años de la juventud se han ido y hemos entrado en una etapa en la que la vida se mira y se vive desde una perspectiva diferente.
Lo cierto es que llega un momento en el ciclo de la vida cuando nos miramos al espejo y vemos las señales de un desgaste natural. No resulta muy halagador descubrir que la piel se vuelve más sensible, arrugada y con manchas. Descubrir que el cabello es más escaso, fino y con canas es otra de las realidades que acompañan la vejez, y qué decir de la pérdida de masa ósea porque los huesos ya son frágiles y los músculos flácidos. Quizá uno de los mayores problemas que trae la vejez es la disminución de las capacidades intelectuales que trae por consiguiente los tan molestosos olvidos y la lentitud para resolver algunos problemas del diario vivir.
Sin embargo, tal vez a lo que más le tememos es a la soledad. Personalmente creo que si se llegua a una edad avanzada rodeado de los seres que amamos y disfrutando de su compañía y comprensión todas las molestias de envejecer se pueden sobrellevar con paciencia y resignación. Es triste descubrir que cuando ya la persona no puede ser de utilidad se les arrinconan y olvida como un mueble que ya pasó de moda o que tal vez no sirve. Eso produce un dolor emocional más grande que los estragos físicos que produce la vejez.
Recuerdo que en mi años de juventud cuando las personas que me conocían se enteraban de que tengo tres hijos varones siempre salía a relucir la tan trillada frase de que: “pobre de ustedes cuando lleguen a viejitos, porque no van a tener quien los cuiden ya que las hijas son las que cuidan a los padres ancianos”. Nunca he estado de acuerdo con esta forma de pensar, aunque reconozco que tal vez sea más fácil para las hijas cuidar de sus padres ancianos que para los hijos, pero no siempre esa regla se cumple en la forma que se dice. Quiero pensar que la relación de amor y cuidado que tuvimos y que aún tenemos con nuestros hijos construyó entre nosotros lazos tan fuertes que no desaparecerán con nuestra vejez. Quiero pensar que estar cerca de nuestros hijos mientras somos ancianos no solamente será un privilegio sino un honor que el cielo nos concederá de manera que nuestras oraciones y consejos les serán de gran bendición para ellos y sus hijos. Estoy segura que no será fácil atravesar por los estragos de la vejes, pero al lado de hijos, nueras y nietos que nos aman será la medalla que culminará nuestras funciones parentales.
No quiero terminar sin antes compartir con ustedes un mensaje escrito por una persona y compartido por el Dr. James Dobson. Les invito a leerlo con detenimiento y si todavía tienen a sus padres con ustedes, mediten en su contenido y recuerden que a los viejitos no les hace tanta falta lo material como las demostraciones de amor fraternal de aquellos por quienes tanto se sacrificaron.
“No me gusta tener que depender de mis hijos para que hagan por mí cosas que yo misma podía hacer hace pocos años. Lo cierto es que ahora los papeles se han cambiado, y yo soy tu hija que te necesita de manera especial. Necesito tu paciencia ahora cuando no oigo lo que dices por primera vez; así que, por favor, no te incomodes. Necesito tu paciencia cuando pienso demasiado en el pasado. Necesito tu paciencia con mi lentitud y mis hábitos establecidos.
Quiero que seas tolerante con lo que los años me han hecho físicamente. Y por favor, sé comprensiva con mis hábitos de cuidado personal. Realmente no puedo ver cuándo mi vestido está sucio o el piso necesita limpieza. Derramo líquidos. Pierdo cosas. Me inquieto demasiado cuando trato de entender mi estado bancario. No puedo recordar a qué hora tomar mi medicina, o si ya la he tomado. Soy simplemente muy lenta. Ya no puedo moverme rápido, y eso me molesta a mí tanto como a ti. Trata de entender; algunos días no tengo deseos de vestirme, y por eso en esos días estoy todavía con mi bata de dormir al mediodía. Tomo muchas siestas, lo sé, porque te oí decir: «Deja de pasar todo el tiempo durmiendo». Bueno, a veces dormir me ayuda a pasar el día. Cuando no tengo en mis manos otra cosa que tiempo, una siesta de quince minutos me parece una hora.
Finalmente, el apóstol Pablo escribió: «Todo lo puedo en Cristo, que me fortalece». ¡Sé que yo también lo puedo! Quizás no pueda hacer todo lo que quiero, de la manera en que solía hacerlo, pero cuánto consuela saber que no tengo que depender sólo de mí misma. Es una sensación maravillosa saber que El cuida de las aves, y cuidará también de mí. Pienso que tener ochenta años no es tan malo después de todo. Dios me ha bendecido mucho.”Con amor, Mamá Keltner
¿Podría haber algún anciano miembro de tu familia que esté pensando lo mismo que escribió Mamá Keltner? Dentro de cada cuerpo envejecido hay un ser humano que respira y siente que necesita ser amado y comprendido a medida que los estragos de los años cobran su cuenta.