Quiero compartir con ustedes una carta que encontré en mis archivos y que tiene un mensaje muy apropiado para la reflexión. Fue escrita por la esposa de un pastor; su nombre Stephanie Wolfe. Estoy segura que muchas esposas de pastores se identificarán con las observaciones que ella hace en su carta. Espero la disfruten y si gustan hacer comentarios pueden escribirlos al final del artículo y enviármelos.
“Mi esposo, el pastor, es un hombre del común. Probablemente como tu esposo, tiene dos piernas, dos brazos y una cabeza. Es un hombre que respira aire común, maneja un auto común y vive en una casa común.
Tiene una esposa extraordinaria, pero fuera de esto todo lo de él es común , ja, ja. A mi esposo el cabello se le alborota, la ropa se le ensucia, usa calzoncillos, y hasta va al baño. Disculpen que sea tan escueta, pero ¿no han sentido la sensación de que algunas personas no ven a nuestro esposo de esa forma?
Él se cansa, se pone triste y se enoja. En ocasiones se siente subestimado, desplazado, y humillado. A veces se siente preocupado, angustiado y deprimido. En ocasiones lo mal interpretan, mal entienden, repiten sus palabras incorrectamente y hasta lo representan mal. Él tiene sentimientos y emociones. Si le haces cosquillas, se ríe. Si lo hieres llora. No te han dado ganas alguna vez de gritarle a algunas personas para decirles: “Señores, él es un humano, ¡yo lo conozco porque vivo con él! Es un hombre como cualquier otro, y me pregunto; ¿habrá algo malo en eso? La única diferencia entre él y otro hombre es su llamado. Él es un hombre llamado a servirle a Dios en el ministerio tiempo completo.
Algunas veces siento que hay personas que se sienten sorprendidos cuando descubren que mi esposo tiene limitaciones. Se maravillan al ver que tiene el mismo número de horas en un día al igual que ellos, y que se le dificulta acomodar en esas horas todo lo que esperan que haga.
Las esposas aceptamos sus limitaciones
Nosotras conocemos y aceptamos sus limitaciones y nos sentimos felices de saber que son seres humanos. De vez en cuando se lo recordamos, pero de todas formas los amamos. Somos sus ayudantes, y aún más somos sus compañeras de equipo ministerial. Les servimos así como ellos sirven a la iglesia. Este es uno de los roles más importantes de nosotras y en algunas ocasiones siento que necesitamos más educación para poder cumplir con este trabajo, que el que ellos necesitan para cumplir el suyo.
Amo mi trabajo como “la pastora del pastor”. Soy la responsable de que él tenga siempre una sonrisa en su rostro y que pueda caminar con seguridad cuando sube al púlpito. Soy la responsable de esa autoridad que revela cuando dirige sus pasos hacia la oficina de la iglesia. Soy la responsable de que ese traje que usa esté en buenas condiciones de manera que proyecte una imagen de limpieza y pulcritud. Soy la responsable de esa buena actitud que le permite enfrentar a los miembros descontentos, o aconsejar en situaciones difíciles. Tengo una gran responsabilidad y la tomo seriamente porque mi esposo-ministro no estaría completo sin mí. Él me necesita. Necesita mis abrazos, besos y palmaditas en la espalda, mis palabras de aliento y mis sonrisas. ¡Y también necesita escuchar mis AMENES!
Bueno, si quieren me pueden llamar arrogante, pero francamente, siento que soy una pieza importante en su proyecto ministerial. Por eso voy con él a todos partes, y aunque en algunas ocasiones físicamente no salga de la casa, él me lleva consigo en su corazón.
Cuando hago mi trabajo, él está mejor preparado para hacer el suyo
Yo lo puedo mandar fuera de casa con sentimientos de alegría, feliz, de manera que enfrente las pruebas y las trampas que el enemigo colocará en su camino, o puedo mandarlo fuera de la casa con un corazón cargado, lleno de resentimiento y enojo, de manera que se sienta preocupado y ansioso.
No soy el “Pastor Titular” (y gracias a Dios que no lo soy) y aunque mis opiniones son de gran valor para mi esposo, ultimadamente yo no soy la persona responsable. Mi trabajo es mucho más importante que la de cualquier empleado de la iglesia. Cuando hago mi trabajo, él puede hacer el suyo. Es fácil decir que si hago un buen trabajo como “la pastora del pastor”, él puede lograr mucho más en su trabajo y llegará a disfrutarlo más. Por eso compañeras, no rechacemos nuestro papel más importante es a saber, “ser la pastora del pastor”.