Cuando te tomé en mis manos, solo eras una costilla, con una sola forma, sin adornos ni hermosura, solo un hueso, un hueso blanco. Miré al hombre y vi en su cuerpo y en su mente la tremenda necesidad que tendría de tener un ser igual, aunque diferente. Miré entonces mis manos y pensé: En lugar de una frente despejada, colocaré rosas que mecidas por el viento esparzan aroma fragante. Entonces, te coroné con suave y hermosa cabellera. Tomé dos gotas de rocío y las dejé caer en tus ojos como frescura de la mañana y sueño de la noche. Una rosa roja deposité en tus labios coloreando tu sonrisa y tu voz. Le di a tu cuerpo las formas del viento y la tierra. Coloqué en tu pecho la delicadeza de una flor, el canto de un ave, la fortaleza de una montaña y la luz del sol. Tus manos cubrí con la fragilidad de un tierno polluelo y con la destreza de un águila en su vuelo. En tu vientre encerré la bóveda del cielo con un  pedacito de vida que coloqué en tu seño. Vi tus pies fríos y desnudos y los cubrí de ensueños, para que dejasen huellas tiernas y profundas. Soplé sobre ti mi aliento, te tomé de la mano y te vi levantar.

Ansioso desperté a Adán y le pregunté: ¿Sabes qué es?- No, Señor – me contestó él. En toda tu creación no hay nada igual. ¿Te gusta, Adán? Entonces le miré. Sí, Señor, pero dime ¿qué es? Veo la frescura de la brisa, el oleaje del mar, la fragancia de la rosas, el terciopelo de las plantas, la profundidad de la tierra y la firmeza de las rocas. A todo lo anterior puse nombre, pero esta, ¿cómo se llamará? – Piensa, piensa Adán, entonces seguro que encontrarás cómo la debes llamar. Le vi reflexionar. Parecía querer unir toda la creación en una sola expresión.

Mis oídos oyen Señor, Música divina.

Mis ojos contemplan unidad en tu ternura.

Mis manos acarician una joya deslumbrante

Mi alma atrapa el hermoso esplendor de una puesta de sol.

El limpio, fresco y puro roció de la mañana

–    Entonces lleno de emoción le oí exclamar: ¡Ya sé Señor! –    ¡Mujer, se llamará”.

Anónimo