En una época donde todo lo que estorba, molesta, o cansa se desecha sin pensarlo dos veces, es muy fácil encontrar que un gran número de matrimonios se han desbaratado, están a punto de terminarse, o agonizan tratando de subsistir. Quizá una de las muchas razones para que esto suceda es que con el correr del tiempo las PALABRAS CARIÑOSAS se han vuelto cada vez menos frecuente.
Los que analizan la comunicación en el matrimonio concuerdan en afirmar que la relación matrimonial se nutre, crece y se fortalece en la medida en la que los cónyuges tienen la capacidad de comunicarse frecuente y adecuadamente. Vale recordar que comunicación en el matrimonio no se limita a esa información que se comparte con la pareja para decirle lo que se dañó en la casa, lo que hace falta comprar, las indisciplinas de los hijos, o lo que le sucedió al vecino. Todo eso es importante y tiene un lugar en la comunicación matrimonial, pero nunca debe ocupar el lugar de esa comunicación de nuestros sentimientos, nuestros ideales, y sobre todo nuestra satisfacción con la relación matrimonial que se disfruta.
Las mujeres son más inclinadas a hablar de sus sentimientos, mientras que los hombres hablan con más facilidad de sus logros, planes o vivencias diarias que de sus sentimientos. Esto no obedece a que ellos sean “insensibles”, es simplemente que son diferentes a las mujeres y cuidan mucho la revelación de sus sentimientos. No importa si la comunicación matrimonial es saludable, o si por el contrario la pareja enfrenta ciertas dificultades en dicha área, algo que seguramente será de gran beneficio para la relación se operará cuando uno de los dos se proponga trabajar por mejorar en su estilo de comunicación.
Se debe tener en mente que hay factores que se interponen para lograr el ideal de comenzar a hacer algo por mejorar la comunicación matrimonial. Es posible que haya entre la pareja diferencia de nacionalidad, de cultura, de crianza, o el gran enemigo que siempre asecha toda buena decisión como lo es el pecado que hay en nosotros Sin embargo, esos inconvenientes pueden ser resueltos con la ayuda de Dios y la determinación de la voluntad. Si uno de los dos está dispuesto a poner de su parte y si aprenden a hablar en forma sincera y amable con seguridad las PALABRAS CARIÑOSAS no serán una eventualidad en su estilo de conversar sino una costumbre.
Para darles una idea de las PALABRAS CARIÑOSAS que han desaparecido del vocabulario diario de las parejas después de casados les presento una lista a continuación. No se limite a leerlas solamente; le animo a que comience a incorporarlas en su estilo de comunicación aun cuando su cónyuge no las use con ustedes.
“Buen trabajo”, “Eres maravilloso/a”, “Hoy te ves muy bien”, “Me haces mucha falta”, “Aprecio todas las cosas que haces por nosotros”, “Estoy feliz de haberme casado contigo”, “Te extraño”, “Siempre estoy pensando en ti durante el día”, “Siempre te amaré”, “Me haces sentir muy feliz”, “Disculpa si te ofendí”, “Me siento orgullosa/o de ti”, “Estaba equivocada/o”, “Eres una persona muy especial”, “No me imagino mi vida sin ti”, “Oro siempre por ti”, “Gracias por aceptarme”, “¿Qué puedo hacer para ayudarte más?
Para pronunciar muchas de estas palabras se requiere HUMILDAD porque con frecuencia nos detenemos a pensar si la persona se merece que le digas esas palabras o no. Recordemos que ninguno es perfecto pero cuando el orgullo es puesto a un lado las bendiciones del Señor se aprecian en toda su plenitud. El apóstol Pedro resumió en los versículos que siguen a continuación una práctica que traerá bendición y felicidad a quienes decidan implementarla:
“En fin, vivan en armonía los unos con los otros; compartan penas y alegrías, practiquen el amor fraternal, sean compasivos y humildes. No devuelvan mal por mal ni insulto por insulto; más bien, bendigan, porque para esto fueron llamados, para heredar una bendición. En efecto, el que quiera amar la vida y gozar de días felices, que refrene su lengua de hablar el mal y sus labios de proferir engaños, que se aparte del mal y haga el bien, que busquen la paz y la siga” (1 Pedro 3: 8-11).