Desde pequeña aprendí algo en mi hogar que forma parte no solamente de nuestras costumbres familiares sino también es en cierta medida un asunto cultural. Me refiero a pedir la bendición a los padres, tíos o miembros adultos de la familia. Lo primero que hacíamos al entrar en nuestra casa era pedirles la bendición a nuestros padres. De igual forma si llegaba de visita un familiar de mayor edad, todos los niños pedíamos la bendición y siempre recibíamos por respuesta lo que pedíamos cuando nos decían: “Que Dios te bendiga y te favorezca”. Esa costumbre todavía se mantiene en nuestro hogar por eso nuestros hijos y sobrinos al vernos nos piden la bendición. Lástima que la nueva generación ya no lo hace.

En un pensamiento matinal hoy me recordaron sobre esa bendición. Me recordaron que cuando la pido, quien me la imparte es Dios porque ningún otro puede bendecir sino Él. Pero lo que me hace compartir esta reflexión con ustedes hoy es lo que está contenido en la bendición. Cuando le respondo a mis hijos que me piden la bendición les estoy deseando:

Que Dios te bendiga para que tengas un día bueno

Que Dios te bendiga enviando sus ángeles para que cuiden tu entrar y salir

Que Dios te bendiga otorgándote salud para que puedas realizar tus actividades hoy

Que Dios te bendiga dándote claridad y seguridad en la toma de decisiones

Que Dios te bendiga proveyendo lo que necesitas para sustentarte

Que Dios te bendiga concediéndote paz en tu caminar de hoy

Que Dios te bendiga junto a tus hijos y seres queridos

Que Dios te bendiga ayudándote a ser fiel

Que Dios te bendiga dándote discernimiento entre el bien y el mal

Que Dios te bendiga y te convierta en bendición para otros

Y así puedo seguir añadiendo a mi lista todo lo que viene a mi mente cuando le otorgo la bendición a mis hijos. Sin embargo, ahora tengo la costumbre de despedirme de las personas con las que hablo por teléfono deseándoles: “Que Dios te bendiga”. Pidamos al Dios que es amor y misericordia que nos bendiga y nos convierta en bendición para otros. No dejes de agradecerle a Dios por todas las bendiciones, ya sea que las hayas pedido o que Él te las conceda por su gran bondad.