Iba yo por la calle y alguien me paró para preguntarme la hora. ¿Qué hora es, por favor? Debo tener cara de buena persona porque con frecuencia me para la gente para preguntarme la hora o la dirección de alguna calle.
Miré mi reloj y le dije la hora exacta. Luego le indiqué que mirase a su derecha. Allí, muy cerca y en grandes caracteres había un enorme reloj público que marcaba exactamente la hora. Se rió. No lo había visto. Me dio las gracias y siguió adelante.
Haciendo prácticas de computación la chica de al lado me preguntó la hora. Le señalé el borde inferior derecho de la pantalla de su propia computadora. Allí estaba la hora con toda claridad y delante de ella misma. Se rió y me dio un beso.
Otro día otro amigo estaba hablando por su teléfono móvil, acabó la conversación y me preguntó la hora con el teléfono todavía en la mano. Le señalé la pantalla de su teléfono. Allí estaba, una vez más, la hora.
Es el arte de no ver. Tener las cosas delante de las narices y no verlas. Muchas veces, las cosas que pasamos por alto son aquellas que hemos estado buscando. No te pierdas las bendiciones del todopoderoso simplemente porque no están envueltas como tú quieres.
“Entonces los ojos de los ciegos serán abiertos, y los oídos de los sordos se abrirán.” Isaías 35:5