Un profesor universitario decidió visitar a un sabio japonés para conocer su forma de pensar. El catedrático tenía fama de ser engreído, orgulloso y creerse siempre el dueño de la verdad.
Consciente de esa realidad, el sabio decidió darle una lección y comenzó por servir poco a poco una taza de té. La taza se llenó y el sabio, que parecía no percatarse de ellos, siguió echando té hasta que el líquido derramado comenzó a manchar el mantel. A todo esto, el anciano mantenía una expresión serena y sonriente.
El profesor quedó estupefacto, incapaz de comprender cómo aquel anciano se había permitido una distracción tan contraria a las normas de cortesía. Pronto llegó al punto de no poder contenderse más y expresó enfáticamente:
– ¡Está llena! ¡Ya no cabe más!
Entonces, el sabio le respondió serenamente:
– Tú también estás lleno de tu cultura, de tus opiniones y conjeturas eruditas y completas. ¿Cómo podría hablarte de la sabiduría si sólo es comprensible para aquellos que son humildes y están abiertos? Antes de poder hacerlo tienes que vaciar tu taza.
Si realmente deseamos que Dios nos llene debemos primeramente vaciarnos de todo lo que ocupa un espacio en nuestra vida para que Él pueda entrar.