L os triunfos de tu esposo, a quien eres fiel, se deben en gran parte a ti. Sus fracasos también te alcanzan. Por lo tanto, coopera con él en todo.
Auna tus intereses con los de tu esposo, escucha sus predicaciones. Hazle observaciones en privado para ayudarle a corregir sus errores. Esto es amor.
Es necesario que no descuides tu apariencia física, pues con tu sola presencia debes hacer el hogar más amable y acogedor.
Siempre recuerda que la mayor obra misionera que puedes hacer en este mundo en con tus hijos. Cuando el Señor venga y te pregunte por ellos, que puedas darle una buena respuesta.
Pon todo en las manos del Señor y acepta con alegría los traslados que les hagan. Recuerda que el lugar más hermoso es el que Dios les ha asignado para trabajar. Él no les llevará a ese lugar para abandonarlos, porque el Señor está en todo sitio.
Ordena tu hogar con alegría y evita que ninguna palabra dura se escape de tus labios. Recuerda que Dios registra esas palabras.
Sabes que tu casa debe ser siempre el centro de tu interés sin importar los talentos y habilidades que tengas.
Admira siempre a tu esposo como un héroe y díselo, no porque creas que es un ángel. Reconoce sus defectos, ayúdalo, pero nunca los divulgues a terceros.
Insiste en cultivarte en lo intelectual y espiritual. Toma tiempo para superarte, y él se sentirá orgulloso de ti y tú te sentirás feliz.
Descansa lo suficiente, porque el exceso de trabajo, a veces nos hace perder el dominio propio.
Esfuérzate en gastar siempre menos de lo que ganas. Si llevas un presupuesto de acuerdo a las entradas, nunca se verán en deudas.
Además, mantén, a tu esposo siempre enamorado de ti. Que confié siempre en ti. Ese es el mejor antídoto para las tentaciones que tiene que enfrentar.
La consagración diaria a Dios debe ser el secreto de tu vida de éxito.