“Me deleito mucho en el Señor; me regocijo en mi Dios. Porque él me vistió con ropas de salvación y me cubrió con el manto de la justicia…” Isaías61:10 pp.
Las empresas que analizan el índice de satisfacción que experimentan los pacientes que acuden a una cita médica, ya sea en un hospital o consultorio, han determinado que hay varios factores que afectan grandemente la respuesta positiva o negativa del paciente. Entre esos factores se encuentra en uno de los primeros lugares, la sensación que experimenta el paciente ante la bata que se le coloca antes del examen médico.
Sin lugar a duda todas las mujeres podemos opinar acerca de esa bata con toda propiedad. Nos toca usarla cuando vamos a la tan dolorosa mamografía, cuando nos van a practicar la citología, cuando estamos en la sala de parto y por supuesto ante cualquier otro procedimiento clínico que lo requiera. Muchas veces esperando mi turno en algún consultorio he escuchado las quejas de las otras mujeres que estaban junto a mí: “Me siento incómoda con esta bata”, “Esta bata es denigrante”, “Odio las tiras de amarrar porque siempre se sueltan” y podría seguir añadiendo los comentarios que se hacen. En lo personal confieso que aunque me incómoda mucho la bata trato de dirigir mi mente hacia otro pensamiento para que no me moleste. La situación ha resultado tan preocupante para los administradores de hospitales que han solicitado a expertos y famosos diseñadores de ropa, que produzcan un modelo de bata que contrarreste esa sensación negativa de los pacientes. Curiosamente ninguna empresa diseñadora ha podido sacar un modelo diferente por una simple y lógica razón; el modelo de la bata actual es el apropiado para su función. No hay forma de hacer que otro modelo pueda servir.
Conversando con dos de mis hijos que trabajan en hospitales al respecto, llegamos a la conclusión de que hay cosas que nunca podrán ser sustituidas. Eso trajo a mi memoria algo que me hizo reflexionar profundamente en un aspecto de la vida espiritual. Las Sagradas Escrituras declara que todos somos pecadores y estamos destituidos de la gloria de Dios. No hay nada que podemos hacer para quitarnos de encima la naturaleza pecaminosa que traemos y que en muchas ocasiones nos enreda y lleva a actuar en forma incorrecta y ofensiva hacia Dios. Cada día de nuestra vida escogemos rutas equivocadas, pensamientos dañinos, actitudes negativas y todo ello produce en nosotras un estado de frustración y tristeza al no poder vencer muchas de esas tendencias.
Sin embargo, hay algo que me llena de esperanza. Todas esas acciones incorrectas cuando son confesadas y entregadas en las manos de Aquel que nos conoce mejor que nosotras mismas encontramos paz y confianza para seguir el camino de la vida. Es allí cuando en forma personal sentimos que el manto (la bata) de la justicia de Cristo nos cubre a pesar de nuestra naturaleza débil y somos presentadas ante el Padre como hijas amadas. Ese manto (bata) nos garantiza que podemos vivir cada día sostenidas por la mano poderosa de Jesús y por el tierno cuidado guiador del Espíritu Santo. No hay otra forma de encontrar el perdón, la fortaleza para vencer nuestras debilidades y para acercarnos al trono de la gracia buscando el socorro para nuestras tribulaciones.
Muchas personas han querido buscar un “manto diseñado diferente” con el cual resolver sus problemas espirituales, pero al igual que los que han tratado de hacer un modelo diferente de batas clínicas, no han podido lograrlo porque “no hay otro nombre debajo del cielo en cual podamos ser salvos” (Hechos 4:12). Sí, Jesús un día dejó su “manto (bata) real” y se colocó “la bata de la humanidad” (Fil. 2:1-11) para que tú y yo podamos vestir “las vestiduras blancas de los redimidos” algún día (Apoc. 3:5). Alabemos a Dios por su gran bondad para con nosotras.