He pensado mucho antes de escribir este artículo porque no quisiera verme identificada con los calificativos que se han vuelto tan comunes en la sociedad venezolana y que son usados con tanta ligereza para denominar a cualquier persona que tenga la osadía de señalar lo que ocurre en ese hermoso país y del cual guardo extraordinarios recuerdos.
No soy venezolana de nacimiento, pero sí de corazón y siempre respondía en todos los lugares donde me preguntaban mi nacionalidad que yo era “puerto-venezolana” lo que conjuga mi lugar de nacimiento y mi amor por Venezuela. Llegué a esas hermosas tierras un 21 de mayo del año 1968. Nunca había salido de mi hermosa “isla del encanto” y tenía grandes expectativas por conocer este nuevo lugar del cual mi joven esposo me hablaba con entusiasmo. Muy pronto al recorrer la inmensidad territorial de este gran país (comparado con la pequeña isla de Puerto Rico) llegué a apreciar las hermosas riquezas naturales, la calidad humana de su gente, la cultura y el folklore tan colorido y singular, que contaba la historia de un pueblo alegre, feliz y agradecido. Aprendí a valorar lo que significaba alimentarse con los ricos frutos de una tierra que producía en abundancia y donde el rico y el pobre podían llevar a su mesa algo para comer y compartir con el visitante que tocaba a sus puertas.
Pasé cerca de 25 años entre este hermoso pueblo, y nunca me sentí extranjera porque disfruté del amor, del respeto y del aprecio de todas las personas con las cuales tuve la oportunidad de conocer. Visité hogares de personas pudientes, hogares de personas pobres, vi de cerca todo lo que se puede ver en tantos años y nunca dudé de que Dios le había dado a este país una bendición especial. Trabajar con su gente, ayudar, orientar y sentirme parte de ellos fue más que un deber; fue un gran honor.
En ese hermoso lugar Dios bendijo nuestro matrimonio con dos hijos nacidos allí y fue el lugar de crecimiento de un tercero. Ellos aprendieron a disfrutar de todo lo que Venezuela le brindaba a los hijos nacidos en ella y al que pisaba su suelo como visitante. Durante esos años viví bajo el liderazgo de varios gobiernos que si bien tuvieron sus fallas, también de una forma u otro aportaron al crecimiento de la democracia en el país. Mis hijos y yo disfrutamos de seguridad, bienestar, buena educación y sobre todo aprendimos a desarrollar un amor patriótico hacia la tierra que con amor nos acogió por tantos años.
Pero ahora cuando escribo esta nota mis sentimientos están encontrados. Hay momentos en los que encerrada en mis pensamientos siento que “lo que se vive en Venezuela hoy es una pesadilla de la cual yo quisiera despertar” y me pregunto:
- ¿dónde se perdió el camino?
- ¿qué pasó con ese respeto del cual siempre me sentí admirada?
- ¿qué se hizo el amor que las personas se tenían a pesar de sus diferencias de color, educación, raza o estrato social?
- ¿dónde está la Venezuela alegre, emprendedora, educada?
- ¿dónde están los líderes religiosos que no negocian sus convicciones?
- ¿qué se hicieron esos laicos leales a Dios y su Palabra? ¿dónde están los que debieran mantenerse de parte de la justicia aunque se desplomen los cielos?
- ¿a quién siguen los miembros de mi iglesia ahora? ¿en quién tienen puestas sus esperanzas? ¿qué ideales defienden?
Apreciados amigos lectores, si ustedes están pensando que a esta hora de la madrugada yo estoy escribiendo esta reflexión para criticar el gobierno de Venezuela, está muy equivocado. No me toca a mí hacer esa tarea porque arriba en el cielo hay un Dios Soberano que juzga y aunque su justicia se demore finalmente LLEGARÁ PARA TODOS. Estoy escribiendo porque mi corazón está dolido y quisiera despertar de esta terrible pesadilla. Estoy escribiendo porque muchos han mal interpretado el mensaje de la Biblia cuando declara que Dios quita y pone reyes. Eso es cierto, pero nosotros con nuestro voto escogemos y Dios nos deja enfrentar las consecuencias de nuestra decisión ya sean buenas o malas. No le achaquemos a Dios las consecuencias de lo que hacemos, porque eso es incorrecto.
Como conocedora de las señales que la Biblia presenta para los últimos días no me sorprenden las noticias que escucho, al contrario me resultan una evidencia de que “MI SEÑOR PRONTO VENDRÁ A BUSCAR SU PUEBLO FIEL”. Sin embargo, no puedo dejar de entristecerme al ver la forma tan despiadada e inhumana como se les quita la vida a tantas personas simplemente por tratar de hacer valer sus derechos. La Biblia declara que no hay justicia en la tierra, pero ¡CUIDADO Y NO SEAMOS NOSOTROS PARTE DE LA INJUSTICIA!, porque si los que así actúan desconocen el poder de Dios, nosotros los que sabemos lo que vendrá podemos perder nuestra salvación la cual tuvo un costo muy alto.
En esta hora difícil me uno a todos aquellos que sienten tristeza y dolor por lo que sucede en Venezuela, Ucrania, Siria y otros países donde los regímenes totalitarios están coartando las libertades y hacen sufrir al pueblo.
Quiero agradecerle al pueblo venezolano por el amor, el buen trato y todo lo que aprendí de ellos durante más de 25 años, lo cual llevaré muy dentro de mi corazón por siempre. Gracias a Dios por el maravilloso esposo que me dio, por mis hijos que nacieron y se criaron en esa tierra, por la hermosa familia extendida, mis cuñados, sus esposas y sus hijos, y por todos aquellos amigos y hermanos en la fe que aguardan y esperan un mundo mejor. Que Dios escuche nuestros ruegos y así como liberó al pueblo de Israel del yugo egipcio, que libere a su pueblo en Venezuela para que se vuelva hacia Él y recuerde que la lealtad a Dios y a su ley será lo que debe caracterizar al pueblo que espera al Rey de Reyes.