En una calurosa noche de verano, junto a un charco de agua descompuesta, en pleno campo, croaba ufano un enorme sapo, cuando vio en lo alto de una roca vecina la hermosa luz de una luciérnaga. Y pensando que nadie podía exhibir cualidades que él mismo no poseía, el sapo saltó sobre la pequeña luciérnaga, y la cubrió con su frío vientre.
El pobre insecto, entonces, así aprisionado y casi muerto, le preguntó a su agresor: ¿Por qué me tapas y me aplastas?” y el sapo, cargado de envidia, le respondió: “Y tú, ¿por qué brillas? Al sapo no le dañaba la luz de la luciérnaga. Lo que le molestaba era que otro ser tuviera algo que él nunca podría poseer. Era envidioso.
¿crees que abundan los seres humanos que se comportan como el sapo de la fábula? Los tales no pueden soportar que otros tengan virtudes, logren ciertos éxitos o posean algún bien que ellos mismos no tienen. ¡Cuán lamentable y mezquina es la conducta del envidioso! De los defectos humanos, quizá sea la envidia el que más robe la alegría de la vida. Separa al hombre de sus hermanos y amigos, le produce amargura, y lo induce a la calumnia y la difamación.
Hija del egoísmo, la envidia es una enfermedad espiritual que mancilla el alma y envilece el carácter. El rey Salomón la llama “carcoma de los huesos” es decir, la descomposición que corroe la vida interior.
Tan deplorable es el sentimiento del envidioso que estaría satisfecho si pudiera ver fracasar a otros en los puntos en que él ha triunfado. O bien, le molestan a tal grado los triunfos ajenos que si él mismo no es capaz de lograrlos, comienza a echar sombras sobre quieres los han alcanzado. Y con eso no pretende otras cosas que desmerecer al prójimo y aparecer él como el más virtuoso.
¿Existe algún preventivo o antídoto para la envidia? La Biblia afirma que “el amor no tiene envidia”. ¡Qué fuerza constructiva tiene el amor! En un corazón cargado de amor a Dios y al prójimo no puede tener cabida ningún mal sentimiento. El amor genuino se goza en el bien y en la prosperidad de los demás. Pondera las virtudes ajenas y reúsa manchar la buena reputación de terceros. La vida agradable y constructiva sólo se deriva del amor nacido de Dios.