“Y me hizo sacar del pozo de la desesperación, del lodo cenagoso; puso mis pies sobre peña, y enderezó mis pasos”. Salmo 40: 2
He tenido siempre una especial admiración por el rey David. En muchas ocasiones en medio de mis soledades y angustias he leído sus salmos, que no son otra cosa que oraciones que han sido escritas para nuestro beneficio y reflexión.
Desde hace varias semanas he estado padeciendo de dolores en mis piernas y casi no puedo sostenerme en pie. Esto me ha llevado al punto de la desesperación pues me considero una persona muy ágil y desenvuelta, aun con mi edad. Sin embargo, tengo que admitir que los dolores han hecho que me sienta desesperado y hasta a punto de perder la paciencia. Una de esas mañana en las que me sentía desfallecer vino a mi mente, el precioso Salmo 40. Permítame que les haga un pequeño análisis de esta oración. Al leer el salmo, podemos ver claramente que David anhelaba dar testimonio de la misericordia de Dios en su vida (eso lo vemos en los v.1-3, 5, 9-10). El propósito principal de este salmo es alabar a Dios, y animar a otros a confiar en Él (v.4, 16). Sin embargo, el salmo fue escrito nuevamente en un contexto de necesidad en la vida de David, cuando se encontraba sumido en una desesperación, que parecía no tener salida; estaba en un pozo (v.11-15, 17). A la mitad del salmo vemos el anhelo del corazón de David de hacer la voluntad de Dios (v.6-8), un anhelo que resultó ser profético, y que se cumplió en el Señor Jesucristo, el Hijo de David que vino para dar alivio y paz a los desesperados y sobre todo para sacarnos del abismo del pecado.
Hay algo que es bueno que recordemos: el dolor y la angustia, son el medio que Dios usa para levantarnos de nuestra desesperación y colocarnos sobre una roca que nos ofrece seguridad. En los primeros tres versículos del salmo, David hace memoria de un momento en el pasado cuando fue ayudado por Dios a salir de la prueba en la que se encontraba.
Hace un tiempo leí una historia que hoy quiero compartir contigo y que tiene una gran enseñanza. Trata de un hombre que siempre regresaba en la horas de la noche a su casa. Para cortar la distancia cruzaba por un cementerio de manera que de tanto pasar por allí ya conocía muy bien el camino. Una noche, al regresar de su trabajo, hizo lo mismo que todos los días, se metió por el cementerio, por el camino que siempre tomaba. Como iba distraído, no se dio en cuenta, que habían cavado una tumba por donde el pasaba y cayó en ella. Estando allí, comenzó a gritar pidiendo ayuda, pero nadie le contestaba. En medio de su angustia y de sus gritos, escuchó una voz que le dijo: “amigo, yo estoy en la misma situación suya”. Acto seguido, del susto que le causó escuchar la voz, dio un salto y salió del hueco. Otra persona que hacía lo mismo que él, había caído en la tumba y el oír la voz del sujeto en ese lugar, fue suficiente estímulo para salir del pozo de la desesperación en el que se encontraba.
Yo no sé cuál es tu angustia en este momento; se cuál es la mía, pero he necesitado de un estímulo externo para salir del hueco en que estoy sumido. Quizás tu angustia sea el ambiente en el que estás trabajando, o puede ser una enfermedad que parece que no tiene cura, o un problema de relaciones con tu pareja. Tal vez estas angustiado por tu familia, o te sientes derrotado por el peso de tu pasado, o vienen a tu mente situaciones que te agobian o te angustian. Recuerda que el único que te puede sacar de ese pozo de desesperación es Jesús. El salmo comienza con una declaración de seguridad por parte de David, dice: “Pacientemente esperé a Jehová, y se inclinó a mí, y oyó mi clamor” (v. 1). El cielo te escucha en medio de tu dolor pero es por esa angustia que lo buscas. Por eso en este momento le doy gracias al cielo por mi situación, por mi dolor pues de esa manera lo he buscado intensamente y Él ha venido a mi lado. Siempre recuerdo la declaración que dice: “La extrema necesidad del hombre es la oportunidad de Dios”. Por eso en este momento quiero darle la oportunidad, con paciencia, a mi Padre Celestial.
Te dejo con esta mi oración que te comparto. “Jesús, cuántas veces he estado esperando caer porque he perdido la fuerza y me he agarrado a ti como se agarra una hoja a la rama. Pero como esa rama ha sostenido la hoja, así me has sostenido tú. Me sostienes con tus promesas que reclamo cada día, con tu esperanza porque sé que no me dejaras caer en medio de mi dolor. Soy sustentado por ti a cada instante, en todo tiempo siento tu mano delicada que me da fuerza. Gracias Jesús por darme la alegría constante de saber que puedo aferrarme a ti y no voy a caerme pues has puesto mi pies sobre una peña y haz enderezado mis pasos”.