Hace muchos años mientras caminaba por una de las congestionadas avenidas de la Ciudad de México me sucedió un incidente que nunca olvidaré. Una persona que caminaba detrás de mí me llamaba insistentemente, pero yo no atinaba a creer que el llamado era dirigido hacia mí.

  • ¡Señorita, señorita! decía como tratando de llamar mi atención. De pronto sentí deseos de voltearme para ver quien hablaba. Vi que una anciana trataba de apurar el paso para acercarse a mí. Cuando estuvo a mi lado, me tomó de la mano y me entregó un pequeño objeto. Era la figura de un elefante tallado en una piedra.
  • “No, gracias le contesté – porque pensé que me lo estaba vendiendo, pero ella de inmediato me contestó:
  • Es para usted, para que tenga buena suerte”. Le sonreí y volví a insistir en regresarle la figura, pero ella siguió su camino sin volver a dirigirme la palabra.

Tomé la figura y la guardé en mi cartera mientras continué mi camino hacia el lugar a donde me dirigía. Esa noche una vez en el hotel recordé el incidente y busqué la figura que había guardado en mi cartera. Mientras la observaba pude fijarme en los detalles tan minuciosos con los que la habían tallado. Fue allí donde mi aprecio por ese animal de formas tan extravagantes cobró una dimensión diferente y pensé en lo mucho que Dios habría disfrutado el día en que creó los animales entre los cuales se encontraba el elefante, con sus inmensas orejas, su trompa larga y sus fuertes patas. Aunque esa figura llegó a mi poder supuestamente por alguien que creía que los elefantes dan buena suerte, tengo que admitir que ese fue el primer elefante que llegó a mis manos y que curiosamente dio inicio a una colección. Desde entonces sin pensarlo y sin proponérmelo he llegado a tener cerca de 500 figuras de elefantes de diferentes partes del mundo. Algunas de ellas están talladas en maderas muy especiales, en cerámica, en piedras preciosas, en metales, en cristal, parafina, en semillas, en pañuelos, prendedores, carteras, camisetas, lapiceros, velas, cuadros, y en variados objetos que ya me cuesta recordar.

Una de las últimas adquisiciones me la regaló mi hijo Juan Javier en la Navidad. Es la que aparece en la foto que les comparto. Es muy significativa para mí porque representa algo muy querido. Cuando mi hijo me la entregó traía una nota que decía: “Mami, este elefante te va a gustar porque tiene una mamá cargando tres elefantitos que pueden representarnos a nosotros tus tres hijos, o a tus tres nietos varones”.  Ya sea que me recuerde a mis tres hijos, o a mis tres nietos varones, siempre que miro la figura recuerdo que una madre nunca deja a sus hijos aunque hayan crecido. Siempre los llevamos con nosotras en todo tiempo, porque ocupan un lugar especial ya no en nuestros brazos, pero sí en nuestro corazón y en nuestras oraciones.