Creo que si algún día me sentara a escribir un libro acerca de las funciones de una abuelita tendría tantas cosas que decir que tal vez podría formar una colección. Convertirse en abuela es un gran privilegio, pero una gran responsabilidad a la vez porque Dios le da a las abuelitas oportunidades únicas que tal vez ninguna otra relación familiar tenga.
Nosotras las abuelas tenemos tiempo para escuchar las historias llenas de fantasías de nuestros nietos. Vamos con ellos en la imaginación a ese lugar oscuro, visitamos los bosques y recolectamos flores, espantamos arañas, alimentamos conejitos, curamos la alita rota de un pajarito y puedo seguir añadiendo más y más aventuras infantiles que tenemos el privilegio de disfrutar. Somos capaces de consolar en todo tiempo, de complacer pedidos un tanto caprichosos, de interceder para evitar un castigo, y de cocinar lo que los nietos quieren comer aunque no estuviera en nuestra lista de menú. Estamos siempre listas para sentarnos a mirar esa película infantil que ya los nietos se saben de memoria de tanto que la han mirado, y ahí estamos medio soñolientas pero al lado de ellos. Y qué decir de esas historias que leemos a los nietos antes de dormir cuando vienen a nuestra casa para visitarnos. Realmente las abuelitas somos privilegiadas.
Otra de las bendiciones de ser abuela es que podemos vivir nuevamente aquellos años cuando nuestros propios hijos eran pequeños. Vemos en las expresiones y en el físico de nuestros nietos a nuestros hijos. Recordamos cuando ellos eran pequeños y los teníamos en casa gritando, corriendo, saltando y volvemos a escuchar un poco de ese bullicio que rompe el silencio tradicional que hay en la casa de los abuelos porque ya no hay niños viviendo. Es hermoso despertar en la mañana y escuchar las pisadas de los nietos corriendo por la casa de los abuelos. A ese maravilloso sonido yo lo he denominado “las pisadas de los venaditos” y mientras corren deslizándose por el suelo resbaloso pienso que un día serán grandes y ya no los escucharemos correr más.
Sí, porque nuestros nietos crecen, no se quedan pequeños. Crecen y se alejan porque ya tienen otros intereses, otras cosas les atraen más que la casa de los abuelos y eso es algo que también tenemos que aceptar y entender. No siempre los tendremos con nosotros por eso cuando vienen a visitarnos debemos hacer todo esfuerzo para que esos momentos vividos en la casa de los abuelos dejen una huella en sus vidas.
Seamos abuelitas que cuidan, enseñan, corrigen con amor, aconsejan, y por qué no decirlo, complacen cuando se puede y no es perjudicial. Yo me siento tan feliz y agradecida con Dios por mis nietos que tengo en mi casa dos letreros que dicen: “Nunca subestimes el poder de una abuela”, y el otro está en la puerta de entrada; “Los nietos son bienvenidos en todo tiempo; los padres deben hacer cita”.