Recientemente estuve revisando algunas fotos de la familia porque uno de mis pasatiempos preferidos es hacer álbumes especiales donde puedo colocar fotografías y contar algo de la historia de dichas fotos. Mientras seleccionaba las fotos que usaría para comenzar el álbum que voy a preparar para mis nietos gemelos me asombré al notar cuánto han crecido y cómo sus rasgos personales han ido marcando una gran diferencia entre uno y otro a pesar de que son gemelos idénticos.

El crecimiento es un proceso natural de los seres vivientes. En la naturaleza todo crece, algunas veces en forma rápida y otras con más lentitud. Todos crecemos físicamente y eso no se puede evitar; es espontáneo. He escuchado algunas madres lamentarse porque sus hijos han crecido mucho y los años cuando sus niños eran bebés se pasaron con tanta rapidez que casi no los disfrutaron. Lo cierto es que crecemos físicamente hasta cierta edad en lo que a estatura respecta, pero seguimos creciendo y aumentando nuestro tamaño en otras áreas, especialmente cuando no somos cuidadosos de nuestra alimentación.

Sin embargo, mientras crecemos físicamente también hay otra clase de crecimiento que ocurren; este no en forma natural sino dependiendo del esfuerzo e interés que dediquemos. Me refiero a nuestro crecimiento espiritual. La meta a la que debemos llegar es a ser semejante a Cristo Jesús. El apóstol Pedro lo expresó de la siguiente manera: “Más bien, crezcan en la gracia y en el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. ¡A él sea la gloria ahora y para siempre. Amén!” (2 Pedro 2:18).

A vece nos sentimos desanimadas y con pocos deseos de estudiar la Palabra de Dios, pero debemos recordar que mientras más nos alimentemos de ella y mientras más avancemos en la fe conociendo a Jesús en forma más íntima y personal, mejor y más sólido será nuestro crecimiento espiritual. Aunque en algunas ocasiones sintamos desaliento en lo que al estudio de la Biblia respecta, recordemos que mientras más la estudiemos mejor conoceremos a Aquel que un día comenzó la buena obra en nosotros y quien desea perfeccionarla hasta el final (Filipenses 1:6). No dejemos de crecer espiritualmente.