Desde hace muchos años tengo en mi computadora el manuscrito de un libro que contiene historias acerca de todos los animalitos que han vivido con nosotros durante nuestros años de casados. Tanto mi esposo así como yo hemos tenido la idea de escribir un libro que cuente las anécdotas más resaltantes de nuestra familia con esos animales y las grandes lecciones que aprendimos con ellos. En varias ocasiones hemos pensado que debemos darle curso a la idea de que el libro sea para niños, pero tal vez nos ha faltado más determinación para que el proyecto llegue a su realización.

Hay en esa recopilación de historias algunas muy interesantes que enfatizan la fidelidad, amor y gratitud que los animales manifiestan en su forma muy única para con las personas con las que conviven y los cuidan.  Recuerdo el cariño y la fidelidad de varios de nuestros perros, el cuidado maternal que Susy la única gata que tuvimos mostró para con sus cuatro gatitos siameses. Viene a mi memoria la algarabía de Mimi la lora que llegó a ser muy conocida en nuestro vecindario por sus gritos y curiosidades al hablar, al igual que Toffy el perro que corría para que le colocaran su hermosa ropa especial cada viernes al reunirnos para recibir el sábado en familia. Esas y muchas otras historias están en nuestra memoria como recuerdo grato de esos miembros del reino animal que nos acompañaron y que nos enseñaron que Dios en su amor los creó para que nos dieran un poco de felicidad y afecto.

Recientemente tuvimos la pérdida física de Chubby el perro que vino a nuestro hogar cuando nacieron los nietos gemelos. Su compañía por más de ocho años nos hizo pensar que la vida hay que vivirla con paciencia y tranquilidad. Nunca lo vimos alterarse, nunca atacó a nadie, sus movimientos lentos y pausados eran una demostración de su personalidad y su fidelidad al acompañarnos durante nuestras tareas en el jardín era una demostración clara de la pasividad que caracterizaba este perro. Su cariño hacia nosotros fue tan grande que se alejó de nuestra vista para no proporcionarnos la tristeza de verlo morir.

Recuerdo que en una ocasión uno de nuestros hijos me preguntó si cuando Jesús viniera los perros resucitarían para ir con nosotros al cielo. Fue difícil para él entender que los animales de esta tierra se quedarán aquí cuando Jesús venga. Para los niños eso resulta como una decisión arbitraria, pero en realidad no lo es. El cielo será un lugar especial, y allí podremos disfrutar de animales perfectos que nos producirán mucha felicidad.