¿Has escuchado el refrán que dice: “No se puede sacar agua de un pozo seco”? Está es una de las grandes verdades que se pueden aplicar a la vida diaria de cualquier mujer, y si esa mujer es la esposa de un pastor, madre de niños pequeños, entonces la aplicación es todavía más certera.

Muchos miembros piensan que la vida de la esposa del pastor es muy apacible, llena de contentamiento y en cierta medida llevadera. Por supuesto no falta quien piense lo contrario, pero por regla general muchos de los hermanos de iglesia nos consideran mujeres con cualidades especiales preparadas para enfrentar las demandas del ministerio sin que ellas nos afecten. Bueno, todo esto puede tener un porcentaje de cierto, pero en realidad no es así en su totalidad. En gran medida muchas de nosotras entramos al ministerio sin suficiente información de lo que ser esposa de pastor requiere,  especialmente en lo que a adaptarnos a las exigencias y demandas de cada congregación respecta.

La Realidad

Tratando de no sonar negativa, me gustaría analizar algunas de las realidades que una esposa de pastor enfrenta en el ministerio. Es bueno puntualizar que no todas somos ni reaccionamos igual. No todas tenemos un nivel de tolerancia alto, no todas somos amigables y expresivas, no todas somos talentosas, y la lista puede continuar. Lo que en realidad creo que todas tenemos en común es un alto y determinante deseo de ser felices con nuestro esposo pastor, y de que él también lo sea con nosotras. Todas deseamos que nuestros hijos sean felices y que se sientan aceptados y amados por la hermandad. Todas deseamos ser respetadas, amadas, y aceptadas a pesar de nuestras debilidades y tal vez falta de algunos dones.  Por supuesto que trabajar para alcanzar esa felicidad y nivel de satisfacción produce en nosotras cierto grado de ansiedad que en la mayoría de los casos nos hace esforzarnos más de lo que se requiere. He conocido varias compañeras de ministerio que se envuelven tanto en los asuntos de la iglesia que su espacio para atender su vida personal queda reducido a casi nada. Se la pasan la semana entera en una y otra actividad buscando cómo cumplir con los pedidos de una hermandad que si bien son el objeto de nuestro interés, cada vez piden más y más. No me mal entiendan, soy una convencida de que nuestro llamado de servicio en la iglesia es sagrado y debe ser cumplido con alegría.  Pero cuando las demandas externas nos llevan a un nivel donde descuidamos el mantenimiento del hogar, la atención de los niños, el cuidado del esposo y lo que es peor aún nuestro propio cuerpo, es allí donde hemos entrado en un terreno peligroso.

El refrán que cité al comienzo es muy cierto. No se puede sacar agua de un pozo seco, pero si en realidad se pudiera sacar un poco de agua, seguramente ésta resultará sucia, contaminada y a la final sería más dañina que buena. ¿Te das cuenta lo que estoy tratando de decirte? Nada debe ocuparte tanto tiempo, nada debe absorberte tanto que llegues a descuidarte ya sea en lo físico como en lo espiritual. Necesitas buscar el balance. Los resultados de privarte de sueño, descanso, alimentos, un poco de distracción, porque estás todo el tiempo ocupada no creas que te van a dar buenos resultados. Es posible que estés pensando que dedicarte tiempo es faltar a tu compromiso con Dios y entrar en el terreno del egoísmo. ¡FALSO! Dios no te pide que dañes tu relación con Él porque estás ocupada trabajando para Él en la iglesia. No espera que te sometas a tanto estrés de manera que tu salud física se vea afectada. No espera que tengas habilidades para todo lo que hay que hacer en una iglesia. Lo que Dios espera de ti, es que cuides tu relación con Él, que aprendan a depender totalmente de Él para que puedas reflejar Su presencia en tus acciones.

Reflexiona en esto

Si has estado preocupada por mostrarte como una esposa de pastor calificada, entonces detente y evalúa si has descuidando tu tiempo con el Señor. Nada de lo que hagas por la iglesia compensará lo que pierdes cuando descuidas lo que es de mayor valor ante el Señor. Entrega tu vida diariamente en las manos del que te llamó al ministerio y sírvele de corazón sabiendo que la gran recompensa te está reservada para más adelante.

Durante mis frecuentes viajes para cumplir responsabilidades de trabajo, siempre al abordar un avión, luego de que todos los pasajeros estuvieran con su cinturón de seguridad abrochados, se escuchaban las instrucciones para usar los equipos de seguridad en caso de emergencia. Aunque la mayoría de las veces no se entendían claramente las palabras, podíamos ver las acciones de los sobrecargos enseñando el procedimiento. Siempre me llamaba la atención la parte de las instrucciones donde decían: “Recuerde colocarse la máscara de oxígeno primero…” ¿Por qué a mí primero? ¿A caso en una emergencia, todos no necesitamos ayuda? La respuesta es sencilla; no puedes ayudar a otros si tú no estás bien.

No lo olvides, cuídate tú primero para que puedas cuidar a tu esposo, a tus hijos, y a la hermandad.