En un descuido, un elefante le pisó una patita a la hormiga con la que conversaba amigablemente.

– ¡Ay! – gritó la hormiga. – ¡Ten cuidado donde pisas!

– ¡Oh! Lo siento. Perdóname – dijo el elefante.

– Con disculpas no se arreglan las cosas. Mira mi patita.

– Por favor, discúlpame. Fue sin querer – suplicó el elefante.

¡No! – gritó la hormiga. – Eres un gradote torpe y no mereces mi amistad.

 

El elefante, fastidiado de pedir disculpas, dijo: “Bien, aquí termina nuestra amistad”. Aplastó a la hormiga y siguió solo su camino.

Recuerdas que…

Cuando una persona condena a otra y se niega a perdonarla, termina aplastada por el peso de su propio resentimiento. Jesús dijo: “Nada hay fuera del hombre que entre en él, que le pueda contaminar; pero lo que sale de él, es es lo que contamina al hombre”. ( Marcos 7:15)

Es cierto que pueden lastimarte, ofenderte o defraudarte, pero, si de tu corazón brotan el rencor, los desos de venganza, los juicios de condenación, estos contaminarán tu alma. Matarán tu vida espiritual robándote la paz, la alegría y la comunión con el Señor.

Si acudes a la presencia de Dios, Él sanará tu corazón quebrantado. Állí tendrás que decidirte a perdonar y renunciar a todo juicio que levantaste. Ese perdón es el que te sana, te liberta y restaura la comunión gozosa con Dios.

No dejes que el resentimiento te aplaste; acude a los brazos de Cristo.