Se cuenta una fábula acerca de un joven huérfano que no tenía familia ni nadie que lo amase. Sintiéndose triste y solitario, caminaba un día por un prado cuando vio una pequeña mariposa atrapada en un arbusto espinoso. Cuanto más pugnaba la mariposa por liberarse, más profundamente se le clavaban las espinas en su frágil cuerpo. El muchacho liberó con cuidado a la mariposa, pero ella, en lugar de irse volando, se transformó ante sus ojos en un ángel. El muchacho se frotó los ojos sin poder creerlo mientras el ángel decía: – Por tu maravillosa bondad, haré lo que me pidas. El muchachito pensó por un momento y luego dijo: – Quiero ser feliz. – Muy bien -le respondió el ángel y luego se inclinó hacia él, le susurró al oído y desapareció.

La fábula cuenta que el muchacho creció y era inmensamente feliz. Se convirtió en un hombre y posteriormente en un adulto tan feliz que todos se asombraban al verlo. Al parecer nada de lo que le sucedía podía quitar esa felicidad que el ángel le había otorgado. Cuando llegó a la vejez, las personas que lo rodeaban quisieron descubrir la fuente de su felicidad y le hacían preguntas para tratar de encontrar la fórmula, pero siempre el anciano respondía: – Un ángel me dijo que ayudara a todas las personas que encontrara en mi vida y mientras estuviera ocupado sirviendo siempre me sentiría feliz.

¡Tremenda recomendación! La fórmula para sentirnos felices es sirviendo a todos los que encontremos en el camino de la vida. Como esposas de pastores pasamos por diferentes congregaciones en las cuales tenemos la oportunidad de servir a los miembros de la misma. Ellos aunque no lo digan esperan que nosotras estemos siempre dispuestas a dar una palabra de consejo, a contestar una pregunta, a decir lo que opinamos de algún asunto de la iglesia, en fin, que estemos dispuestas a dar lo mejor de nosotras. Sin embargo, pienso que lo más importante no es que la congregación piense que somos mujeres al servicio de Dios sino que pueda reflejarse en nosotras la felicidad de poderle servir al Señor mientras prestamos nuestra ayuda a la iglesia.

No tendría mucho valor hacer las cosas en la iglesia solamente porque la esposa del pastor tiene o debe hacer esto a aquello que le pidan. Si lo que nos mueve a hacer algo por la congregación es tan sólo para que no hablen de nosotras entonces habremos perdido el verdadero sentido del servicio y la felicidad que el mismo produce. La Madre Teresa fue una mujer que entendió lo que la felicidad que produce el servicio significaba. Puso a un lado su comodidad personal, sus gustos, sus planes personales, y se dedicó a servir y ayudar a todo el que la necesitara. Muchas veces tuvo que someterse a la burla, a la crítica y tal vez a ser juzgada equivocadamente, pero servir y ayudar era su pasión por eso pagó un alto precio hasta el momento de su muerte.

Estoy segura que cada una de nosotras queremos experimentar esa felicidad de la cual habla la fábula. Para lograrlo será necesario que nuestra apreciación de lo que es felicidad esté bien afirmada en el servicio hacia Dios o de lo contrario podríamos sentirnos decepcionadas al descubrir que nuestras acciones de servicio no son recibidas ni interpretadas correctamente. Eso es posible porque tratamos con personas imperfectas y nosotras a su vez también somos imperfectas, pero si logramos proyectar nuestros actos de servicio siempre teniendo en mente que lo hacemos para glorificar a Dios, nada podrá producir en nosotras sentimientos de derrota, desilusión o enojo. Si los que son objeto de nuestro servicio lo aprecian y se sienten agradecidos, ¡alabado sea Dios!, pero si no lo interpretan con el sentido con el que lo estamos haciendo, de igual forma no dejaremos que eso nos quite el gozo, la alegría y el deseo de seguir sirviendo.

Recuerda que puede resultar fácil desanimarse, pero requiere de mucho valor el decidir ser feliz en medio de cualquier circunstancia. Escoge ser feliz; te aseguro que vale la pena, y sigue sirviendo y sirviendo hasta que llegues al cielo