Un día me sorprendí cuando descubrí que para algunos miembros de nuestra iglesia la esposa del pastor es identificada como “la pastora”. Mientras mi esposo fue pastor de iglesia nunca nadie usó ese calificativo para  identificarme, por eso cuando lo escuché por primera vez fue de gran asombro para mí.

Siendo sincera debo admitir que el ser identificada como “la pastora” nunca fue de mi agrado. Considero que el ministerio pastoral ejercido por mi esposo es algo para lo cual he sentido que no soy apta. Creo con toda propiedad que mi espacio y función dentro del ministerio de mi esposo siempre estuvo muy bien definido para mí. Yo fui llamada a ser su esposa primeramente. Mi gran responsabilidad está en amarlo, cuidarlo, animarlo, apoyarlo y brindarle mi compañía en todo momento. Mi responsabilidad como esposa se hizo más abarcante cuando nos convertimos en padres. Esa nueva tarea me llevó a dedicar mis energías, mi creatividad y mis mejores esfuerzos para cuidar de nuestros hijos. Siempre estuvo claro en mi mente que mi lugar en la vida y formación integral de esos niños no debía ser ocupado por otra persona. Dios nos permitió convertirnos  en padres y era nuestra gran tarea la de preparar esos niños para este mundo y el venidero.

La crianza de nuestros tres hijos varones me mantuvo tan ocupada que nunca tuve tiempo de pensar que era “pastora” de la iglesia. En realidad creo que si hubo alguna forma de pastorear lo hice dentro del contexto de enseñar a mis hijos a amar, adorar y obedecer a Dios. Pensándolo bien creo que me convertí en la “pastora” de mis hijos mientras fueron pequeños porque mi gran empeño fue conducirlos hacia una relación con Jesús que fuera perdurable y que a medida que ellos crecían fuera creciendo y madurando juntamente con ellos.

Sin embargo, creo que la esposa de pastor debe cuidarse de no ser identificada como un segundo pastor en la congregación. Su esposo ha sido llamado a ejercer su ministerio administrando y cuidando de la grey que se le ha entregado y ella debe ser su colaboradora pero no su segundo “yo”. He conocido muchas esposas de pastores que han ocasionado serios problemas al ministerio de su esposo al no guardar la línea de autoridad que la iglesia ha colocado sobre él. Es posible que alguna esposa de pastor tenga más aptitudes para el ministerio, o mejores cualidades en el liderazgo que su esposo, pero ello no debe ser usado por ella para sobresalir por encima de su esposo en lo que a liderazgo en la iglesia respecta. Lo mejor que puede hacer una esposa que ha identificado que su estilo de liderazgo es más fuerte que el de su esposo es trabajar junto a él en aquellas áreas donde su esposo le indique de manera que ambos puedan presentar ante la congregación un equipo de trabajo en favor de la iglesia. Eso fortalecerá el ministerio del pastor y librará a su esposa de muchas presiones y comentarios que pudiera afectar el rendimiento y la felicidad de ambos como pareja.

Agradezco al Señor por todas las bendiciones que nos concedió mientras estuvimos trabajando en el ministerio activo de la iglesia y estaré siempre agradecida del cielo por prepararme y usarme con mis dones muy particulares que me fueron otorgados por Dios. Por eso cuando alguien todavía se le ocurre llamarme “la pastora”, le digo con cariño: “En mi casa hay solo dos pastores; mi esposo y mi hijo”.

Evelyn O.